jueves, 25 de junio de 2015

Banderas, himnos y piel fina

         Yo no sé si lo que está pasando desde hace un tiempo en España es porque somos así o si se debe a unas tensiones sociales ocultas que no acabo de ver.
         Durante la final de la Copa del Rey en Barcelona, las aficiones de ambos equipos —FC Barcelona y Athletic de Bilbao— dedicaron una sonora pitada a Su Majestad y al himno de todos los españoles. La polémica ya había saltado desde antes de jugarse y continuó durante semanas. Solo las elecciones municipales consiguieron desviar el foco de atención.
         Hubo amenazas de recurrir a los tribunales para sancionar a quienes lo hicieron, instigaron o hasta permitieron, incluso por la vía penal, un camino del que se está abusando en demasía en los últimos años. En mi opinión, está de más. La propia naturaleza del derecho criminal es su subsidiariedad, es decir, que es el último medio que se debe usar... y creo, cada día más, que las opiniones no deben ser perseguidas.
         ¿Quiero eso decir que me parece bien lo que ocurrió? No. Es una falta de respeto y muy censurable que me lleva de forma inmediata a plantear la pregunta a la inversa: ¿qué habría pasado si se hubiera pitado la belicosa Els Segadors o el Eusko Abendaren Ereserkia? Los defensores de la legalidad (el gobierno), ¿habría pedido también la intervención de la Fiscalía? ¿Habría sonreído el señor Mas? ¿Habría Convergencia justificado la pitada o, al menos, la hubiera considerado normal? A raíz de lo que podemos ver en algunos vídeos, creo que no:

         El caso es que, si se abren diligencias cuando se pita el himno de España, supongo que lo mismo se podría hacer cuando el agraviado es cualquier otro país, porque aquí se ha pitado —no tan gregariamente, es cierto— a otras naciones antes de iniciar el partido.
         Será que con el pasar de los años se me abre más la mente y el punto de vista y empiezo a pensar que los embudos no son buenos para nadie. La tolerancia y el respeto deben regir las relaciones entre las personas de este país. Lo que no es tolerable es que lo que a mí me guste se permita sin problema alguno y lo que me moleste esté prohibido. Como me muevo bajo la premisa de no hacer a otros lo que no me gustaría que me hicieran a mí, creo que ni unos ni otros deberían estar caminando hacia el abismo hacia el que se empeñan en llevarnos.
         Esto no es más que un reflejo de la persecución de los delitos de opinión que cada vez estamos viendo más en todos los aspectos de nuestra sociedad. Creo que los artículos dedicados a injurias y calumnias están para otras situaciones más serias y que las amenazas solo lo son cuando hay voluntad de ejecutarlas o de incitar a otros que les ejecuten. Detener (¡detener!) a una persona porque diga "ojalá estés muerto" o incluso "ojalá te maten" es excesivo. Es, por supuesto, diferente, un "te voy a matar porque vives en la calle X y te tengo manía desde hace tiempo". O las coacciones ("voy a hacerte la vida imposible: cada vez que salgas de casa, estaré entrometiéndome en tus conversaciones con la gente y no te dejaré en paz"), que se llevan a cabo contra más gente de la que nos parece.
         En los últimos tiempos estamos viendo una serie de actuaciones penales que, para mi humilde punto de vista, traspasan esa frontera. Y si la traspasan, lo hacen para todos. No concibo que no se pueda decir "qué pena que no te peguen un tiro" a un miembro del Partido Papilar pero sí que esté tolerado si el objeto de la opinión es un izquierdista. O a la inversa, porque tengo Facebook lleno de indignados cuando un guardia civil dice una sarta de barbaridades franquistas pero que miran a otro lado —¡o lo defienden!— cuando el imputado es un cantante de su cuerda política, o a la inversa... y ni lo uno, ni lo otro. Las leyes deben aplicarse igual y las opiniones tolerarse —o no— de la misma forma sea quien sea quien las emite. Ante los mismos hechos, las mismas consecuencias.

         Ojo, que no estoy diciendo que esté bien... quienes me conocen y me leen saben que se me calientan poco los dedos —o la boca, ya puestos—. Me parece reprobable y, en cualquier caso, que dibuja a quien lo hace como un intransigente y un poco tonto en la mayoría de los casos... pero de ahí a considerarlo un delincuente, hay un buen trecho. 

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