sábado, 6 de junio de 2015

Mi experiencia con las vacunas en el mundo


       Tengo la suerte de haber viajado por diferentes sitios del mundo, que dicen que es uno de los mejores antídotos contra la ignorancia. No me las doy de sabio, que no lo soy, tan solo tengo una perspectiva que otras personas no.

         Estamos asistiendo con horror —los más— al regreso a España de una enfermedad que estaba erradicada: la difteria, algo que puede ser grave y acabar con la vida de muchos miles de personas, como ocurría hace menos de un siglo. La mejora de las condiciones higiénicas del primer tercio del XX la redujo pero solo la exterminó la campaña de vacunaciones que empezó tan temprano como en 1944. Ahora, un niño se debate entre la vida y la muerte por culpa de organizaciones con nombres tan rimbombantes como la "Liga para la libertad de vacunación" que, lo que busca es lo contrario a lo que su título indica, esto es, que nadie lo haga.
         Podría hacer un recorrido también por la desaparición de la viruela gracias a la mejor campaña de inmunización inoculada de la historia, pero ya está también muy manido y los conspiracionistas seguro que han desarrollado complicadas teorías para justificarlo de otra manera. Así que voy a hablar de lo que estos ojos han visto:
         En el año 2010 estuve en Angola, ese país africano que está justo por encima de Namibia y el suroeste de África y que ha sido escenario de guerras durante más de veinte años. Me sorprendió lo que encontré allí: la miseria era relativa y la población tenía unos estándares tecnológicos similares a los occidentales. Por supuesto, su forma de vida estaba muy lejos de los que estamos acostumbrados en Europa, por costumbres y por situación, aunque es un país enriquecido por los diamantes y el petróleo.
         Las edificaciones más habituales para la vida de las familias más pobres son casas bajas a base de ladrillos de cemento sin enlucir, a menudo con canalizaciones para que el agua de la lluvia evacúe de manera que se pueda utilizar para la higiene personal, dado que no hay canalizaciones en su interior, instaladas en zonas sin asfaltar o donde la tierra ha cubierto de nuevo el pavimento. La mayoría de la población disfruta de unos pisos similares a los occidentales y las piezas unifamiliares no son extrañas.
         De todo, lo que más distinguía a los niños angoleños de los europeos era una terrible epidemia: era habitual ver a chiquillos desde la adolescencia en adelante que se desplazaban en unos carritos a ras de suelo, ayudados de sus manos, en las que calzaban tacos de madera. Tenían todo el tren inferior consumido por la poliomielitis. Sin vacunación y sin una sanidad adecuada en un país que entonces consumía la guerra, no había esperanzas para ellos. Sin embargo, era muy raro ver a cualquier niño por debajo de los doce años en tal situación. ¿Por qué? El gobierno mantenía desde hacía más o menos esa época una férrea campaña en la que cientos de voluntarios recorrían el país puerta a puerta administrando las dosis de vacuna a los niños, como inicio de un plan formalizado —en un lugar donde ir a la escuela no es algo habitual, a pesar de los intentos gubernamentales es la única manera—. Cuando preguntabas por el tema, todo el mundo estaba agradecido, porque quién más y quién menos, conocían a alguien destrozado por un virus tratable con la prevención. No había estúpidos argumentos sobre conspiraciones ni toxicidades.
         ¿Por qué tan diferente actitud en África y Europa? Quizá cuando miras a la muerte a los ojos la perspectiva te cambia. Algunas personas aquí llevan una vida tan cómoda como ignorante y su falta de preocupaciones les hacen inventarse otras que solo existen en su imaginación. Lo malo es cuando las cuentan a otros y su estulticia se transmite como el virus contra el que no quieren luchar.

         ¿Qué tal una vacuna contra la ignorancia?

1 comentario:

  1. Cuando escuché la noticia que mencionas, me vino a la mente esto:
    https://www.youtube.com/watch?v=h5LjisVMEco

    En fin, hay gente que vive muy despreocupada... y lo peor es que en estos casos no pagan ellos su estupidez e ignorancia, sino sus inocentes hijos.

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