Tengo
la suerte de haber viajado por diferentes sitios del mundo, que dicen que es
uno de los mejores antídotos contra la ignorancia. No me las doy de sabio, que
no lo soy, tan solo tengo una perspectiva que otras personas no.
Estamos
asistiendo con horror —los más— al regreso a España de una enfermedad que
estaba erradicada: la difteria, algo que puede ser grave y acabar con la vida
de muchos miles de personas, como ocurría hace menos de un siglo. La mejora de
las condiciones higiénicas del primer tercio del XX la redujo pero solo la
exterminó la campaña de vacunaciones que empezó tan temprano como en 1944.
Ahora, un niño se debate entre la vida y la muerte por culpa de organizaciones
con nombres tan rimbombantes como la "Liga para la libertad de
vacunación" que, lo que busca es lo contrario a lo que su título indica,
esto es, que nadie lo haga.
Podría
hacer un recorrido también por la desaparición de la viruela gracias a la mejor
campaña de inmunización inoculada de la historia, pero ya está también muy
manido y los conspiracionistas seguro que han desarrollado complicadas teorías
para justificarlo de otra manera. Así que voy a hablar de lo que estos ojos han
visto:
En
el año 2010 estuve en Angola, ese país africano que está justo por encima de
Namibia y el suroeste de África y que ha sido escenario de guerras durante más
de veinte años. Me sorprendió lo que encontré allí: la miseria era relativa y
la población tenía unos estándares tecnológicos similares a los occidentales.
Por supuesto, su forma de vida estaba muy lejos de los que estamos
acostumbrados en Europa, por costumbres y por situación, aunque es un país
enriquecido por los diamantes y el petróleo.
Las
edificaciones más habituales para la vida de las familias más pobres son casas
bajas a base de ladrillos de cemento sin enlucir, a menudo con canalizaciones
para que el agua de la lluvia evacúe de manera que se pueda utilizar para la
higiene personal, dado que no hay canalizaciones en su interior, instaladas en
zonas sin asfaltar o donde la tierra ha cubierto de nuevo el pavimento. La
mayoría de la población disfruta de unos pisos similares a los occidentales y
las piezas unifamiliares no son extrañas.
De
todo, lo que más distinguía a los niños angoleños de los europeos era una
terrible epidemia: era habitual ver a chiquillos desde la adolescencia en
adelante que se desplazaban en unos carritos a ras de suelo, ayudados de sus
manos, en las que calzaban tacos de madera. Tenían todo el tren inferior
consumido por la poliomielitis. Sin vacunación y sin una sanidad adecuada en un
país que entonces consumía la guerra, no había esperanzas para ellos. Sin
embargo, era muy raro ver a cualquier niño por debajo de los doce años en tal
situación. ¿Por qué? El gobierno mantenía desde hacía más o menos esa época una
férrea campaña en la que cientos de voluntarios recorrían el país puerta a puerta
administrando las dosis de vacuna a los niños, como inicio de un plan
formalizado —en un lugar donde ir a la escuela no es algo habitual, a pesar de
los intentos gubernamentales es la única manera—. Cuando preguntabas por el
tema, todo el mundo estaba agradecido, porque quién más y quién menos, conocían
a alguien destrozado por un virus tratable con la prevención. No había
estúpidos argumentos sobre conspiraciones ni toxicidades.
¿Por
qué tan diferente actitud en África y Europa? Quizá cuando miras a la muerte a
los ojos la perspectiva te cambia. Algunas personas aquí llevan una vida tan
cómoda como ignorante y su falta de preocupaciones les hacen inventarse otras
que solo existen en su imaginación. Lo malo es cuando las cuentan a otros y su
estulticia se transmite como el virus contra el que no quieren luchar.
¿Qué
tal una vacuna contra la ignorancia?
Cuando escuché la noticia que mencionas, me vino a la mente esto:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=h5LjisVMEco
En fin, hay gente que vive muy despreocupada... y lo peor es que en estos casos no pagan ellos su estupidez e ignorancia, sino sus inocentes hijos.