EL SORPRENDENTE CASO DEL DETENIDO
QUE SIEMPRE FIRMABA EN EL MISMO SITIO
En esta memorable ocasión hacía tándem con una compañera que
ya no está entre nosotros (sino en otro destino mejor). Habíamos detenido a un
tipo que convencía a menores por Internet para que se exhibieran sexualmente y,
cuando lo hacían, guardaba las fotos y las charlas con las que lo había
conseguido. Era un caso especialmente sangrante porque a uno de esos menores,
que fue el que finalmente denunció, lo conocía personalmente.
La investigación y el operativo se llevó a cabo de la manera
habitual —ya perdonaréis que no sea muy concreto en nuestros métodos y maneras
de llegar a los “malos”— y, al acabar el día, el buen señor, su abogada, de
oficio, mi compañera y yo estábamos sentados en la sala de declaraciones de la
dependencia policial. Después de las preguntas más generales empezamos a entrar
en materia. Le enseñamos las fotos que habíamos encontrado en su domicilio y,
como las reconoció, le pedimos que firmara la fotocopia de las mismas, en
prueba de conformidad.
Total,
que el hombre agarra el boli y empieza a firmar sobre los penes erectos. Una
tras otra, todas las imágenes recibieron su garabato en el mismo y delicado
sitio. Yo miro a mi compañera. Mi compañera me mira a mí. Ambos miramos a la
abogada, que nos mira a nosotros con la misma silenciosa pregunta en sus ojos: “¿pero
qué está haciendo?”. Leves encogimientos de hombros. Y otra foto firmada sobre
el pene. Y otra más.
Mi
compañera me susurra, en ese momento:
—La
siguiente pregunta la haces tú, que a mí me da la risa.
Yo,
que soy estoico pero no tanto, leo lo que me tocaba preguntar: “Es cierto que
usted, el día de autos, le dijo al niño oh sí, oh sí, como me gusta, sigue,
sigue?”.
Poneos
en situación. Es más, intentad leed esa frase de una manera neutra, que no era
cosa de ponerle la entonación que le iba al caso. El tema empezaba a ser
complicado.
—Sin
problemas, jefa. Un momento, que ahora vuelvo.
Me
levanto con corrección y salgo discretamente de la sala. Cierro la puerta y
salgo al exterior. Allí doy rienda suelta a mis sentimientos reprimidos y
suelto una carcajada de categoría doce en la escala de Richter. Luego me seco
las lágrimas y vuelvo al interior, donde no me han oído por la distancia y el
aislamiento acústico.
Me
siento en mi silla y pronuncio la frase de marras. Oigo un leve “pffft” por
parte de mi compañera, pero nada más. El hombre, que no entendía muy bien lo
que pasaba a su alrededor, contesta.
Poco
después acaba la declaración. Tras la entrevista con su letrada, el detenido
vuelve a los calabozos para pasar a disposición judicial, y la abogada nos
pregunta lo mismo que sus ojos interrogaban antes:
—¿Pero
por qué ha firmado… “ahí”?
—Sinceramente,
no tenemos ni idea…
—Madre
mía, madre mía. Como está el personal —comentaba mientras se recogía sus
papeles y se marchaba a una nueva asistencia.
—Si
usted supiera…
La misma carcajada que acabo de soltar yo jajaja...que de gentuza suelta hay por el mundo xD
ResponderEliminarNo quiero NI imaginarme estar en esa situación.. lo que te habrá costado aguantar la risa..
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