lunes, 28 de abril de 2014

El peculiar asunto de la mujer del camisón

EL PECULIAR ASUNTO DE LA MUJER DEL CAMISÓN

         Los policías despertamos en cierta parte de la población ese morbo especial que para ellos tiene el uniforme. Recuerdo en uno de mis primeros destinos, en la sala 091, que solía llamar una señora que, si no la cortábamos rápido, empezaba a masturbarse mientras nos decía obscenidades por el teléfono. Solo había una buena manera de evitarlo: que la atendiera una compañera, si es que había alguna en el turno. Colgarle no servía de mucho, porque insistía. Si con nosotros no conseguía su objetivo, entonces llamaba a los bomberos.
         La triste realidad es que somos, como en casi todas partes, gente variada y casi siempre muy normalita: gordos, delgados, altos, bajos... y, además, en Policía Judicial no usamos uniforme salvo cuando hay que representar al Cuerpo en algún acto. Eso poco importa, la imaginación es la clave para disfrutar del musculoso agente de sus sueños.
         Uno de esos días en los que el trabajo no nos salía por las orejas (y que cada vez son menos habituales, no recuerdo el último) sonó el teléfono en torno a las diez de la mañana. Era una mujer, preocupada porque había encontrado en el ordenador de su hija de siete años unas conversaciones preocupantes. Como la señora estaba en Madrid, la invitamos a acudir a nuestras dependencias, donde podríamos realizar un estudio pormenorizado de su ordenador. Se negó. Aducía que no podía salir de casa porque debía tener la comida lista para cuando la niña regresara. Mucho tiempo necesitaba para cocinar, con lo temprano que era... Decidimos hacer una excepción y desplazarnos dos de nosotros a hablar con ella. Uno de ellos era yo. El otro, un compañero que solía llevarse a las chica de calle: musculoso, simpático, dotado de un indiscutible carisma y don de gentes y, además, jovencito.
         Desde el momento en que nos abrió la puerta de su casa intuimos que algo no iba bien: era una señora en sus primeros cuarenta, de bastante bien ver... que nos recibió en camisón. Al menos llevaba ropa interior debajo, dado que era bastante... transparente.
         —¿Dónde nos estamos metiendo? —me murmuró mi compañero.
         —Pues sí. Ten cuidado —le contesté, consciente de su éxito con el sexo opuesto.
         Podía estar tranquilo: esa vez (la única, de hecho), la cosa iba conmigo: le había caído en gracia a la madre.
         —Mira aquí, en el portátil... Te puedo tutear, ¿verdad?
         —Como quiera, señora.
         —¡Qué tonto eres! ¡Tutéame tú también!
         Lo cierto es que nos sentíamos más cómodos con el tratamiento informal, por lo que le hicimos caso.
         —Pues no veo nada extraño en el ordenador. ¿Está segura de que ha visto esas conversaciones?
         —Bueno, no eran exactamente conversaciones de chat... eran más bien como páginas web poco apropiadas, ¿sabes? Anda, siéntate aquí, a mi lado, que lo verás mejor... —me indicaba el sofá, en el que se había acomodado dejando al aire toda una pierna, desde la nalga.
         —Gracias. Lo veo perfectamente desde aquí...
         —Insisto. Desde ahí no puedes llegar al teclado.
         —Si le parece lo llevamos a la mesa del comedor. Ahí podré llegar con más comodidad —"y sin sentarme en su regazo", pensé para mí.
         Como era de esperar, se puso a mi lado, aún estando de pie. Tuvo la decencia de no tocarme con la mano, pero su cuerpo estaba rozando el mío. La situación no podía ser más incómoda. Al menos, para mí.
         Mi compañero, afortunadamente, me echó una mano con la premura del análisis y en apenas quince minutos pudimos dejar el domicilio.
         —Si quieres puedes volver esta tarde. Tan solo avísame —se despidió.
         —Hasta luego —fue toda mi respuesta.

         Respiramos tranquilos al volver al coche. Acudir uno solo de nosotros a esa encerrona hubiera sido muy peligroso. Nunca sabes el equilibrio mental de una persona así y podría tomarse mi rechazo como una ofensa... y denunciarme por acoso sexual o algo similar. Estando los dos solos, por mucho que no hubiera pasado nada, hubiera resultado muy, muy difícil de explicar, que en ciertos comportamientos la sociedad no atiende a pruebas, sino a difamaciones.

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