jueves, 10 de abril de 2014

EL SÁTIRO Y LA OCTOGENARIA


   EL SÁTIRO Y LA OCTOGENARIA
         Llevaba muy poco tiempo en esta profesión cuando ocurrió lo que os voy a contar. En aquella época estaba en una comisaría de distrito bastante "movida". El trabajo no faltaba y cada día había un asunto nuevo. Muchos eran bastante duros, importantes para curtir la tierna personalidad de un chaval que nunca se había visto en tales. Afortunadamente, de vez en cuando alguno ofrecía algún desahogo.
         Había un subinspector en aquel sitio que fue mi primer maestro de los varios que he tenido en el Cuerpo. Ese era un auténtico maestro en conseguir que la gente reconociera lo que había hecho sin siquiera ser consciente de ello, para lo cual inventaba las más peregrinas historias, combinadas con un olfato policial envidiable.
         Un día se presentó en el Grupo de Investigación al que me habían asignado con una denuncia que había presentado una octogenaria, viuda de un guardia civil, a la que llamaban casi todas las noches, entre las 4 y las 6 de la mañana, con comentarios obscenos como "guarra, sal al balcón y enséñame las tetas como el otro día". La señora estaba no solo indignada, sino atemorizada de ser el objeto de algún pervertido sexual que a saber qué peligrosidad tenía.
         La investigación indicó que las llamadas provenían de un teléfono móvil de tarjeta (en esa época no era necesario identificarse al comprarlo) y de varias cabinas telefónicas que estaban alrededor de la manzana del edificio de enfrente de donde vivía la denunciante.
         —Mira, la cosa está clara: es un vecino de esa casa que tiene visión directa al domicilio de la viuda y tiene una fijación con las ancianas. Vamos a ir allí y vamos a entrevistar a los habitantes de los pisos que tienen ventana hacia el otro edificio. Uno de ellos ha de ser.
         A mí me parecía que era un tiro un tanto largo pero claro... ¡Qué sabía yo entonces de ser policía!
         Pues allí nos presentamos, con la excusa de que una peligrosa banda de delincuentes pululaba por el barrio de madrugada, a ver si alguien que se moviera entre las 4 y las 6 los había visto... Y en la primera ¡la primera! casa a la que llamamos (la eligió porque estaba a la misma altura que el balcón de la denunciante) nos encontramos con un chico que, según nos cuenta, salía de 4 a 6 a recoger los periódicos para el quiosco de su padre. Aprovechaba la excursión para darle una vuelta al perro alrededor de la manzana. En el colmo de la puntería, el subinspector le pregunta si tiene un teléfono al que podamos llamarle si lo necesitamos... ¡¡y es precisamente el número que estamos buscando!!
         Así pues, le invitamos a acompañarnos a Comisaría —porque queríamos evitarle a su madre el disgusto de que lo detuviéramos allí mismo—, y acepta de buen grado, sin saber aún de qué va la historia...
         Una vez en nuestras dependencias, el chico (que, además, tenía problemas de movilidad que le hacían caminar con muletas y no era muy agraciado) nos cuenta toda la historia:
         Una funcionaria jovencita, con la plaza recién obtenida, acababa de llegar a la ciudad y había alquilado un piso en el edificio de la anciana, justo debajo de ella. En aquellos días hacía mucho calor, por lo que, al parecer, se paseaba desnuda por el interior de su vivienda, sin sospechar que, desde el otro lado de la calle, un tipo la observaba con prismáticos y se ponía como una moto con el temita.
         Nuestro detenido supo que tenía que conseguir hablar con ella para presentarle sus respetos, pero acomplejado por su físico como estaba, decidió trazar una estrategia diferente: hizo una excursión hasta el tablón de anuncios de esa comunidad, de donde sacó el teléfono del administrador. Le llamó haciéndose pasar por el vecino de abajo de la funcionaria, para decir que tenía humedades que venían de ese piso y que necesitaba hablar con ella urgentemente. El gestor de fincas le dio el teléfono de la dueña, claro (no de la alquilada...) que resultó ser... ¡¡la octogenaria!!
         Así que, desde ese momento, el buena pieza se dedicaba a telefonear a todas horas a la señorita para dar rienda suelta a sus bajas pasiones... sin saber que, en realidad, a quien estaba poniendo a caldo era a la viuda, que vivía horrorizada y atemorizada por el equivocado sátiro.
         El chico nos contó, además, que debido a sus deformidades hasta algunas prostitutas lo rechazaban, por lo que no sabía cómo integrarse socialmente para tener una relación normal, así que vivía recluido en casa de sus padres la mayor parte del tiempo.
         El caso fue que, cuando vino su abogada —de oficio—, se negaba incluso a saludarla. Entre hombres se sentía cómodo, pero ni en broma quería plasmar todo eso delante de una señorita. Fue su propia letrada la que le convenció dado que, si declaraba se iba a su casa, pero si no le esperaba una difícil noche de calabozo para que se lo contase al día siguiente al juez. No acababa de entender que, por mucho que fuera una dama, estaba de su lado, más que nosotros que solo queríamos la verdad, le favoreciese o no.
         Al final lo plasmó todo por escrito, pero la historia no acaba ahí. Algunos días más tarde descubrí que el chico tenía prohibida la entrada en varios establecimientos comerciales de la ciudad. Solía entrar en los mismos con sus muletas y "tropezarse" delante de mujeres guapas. Cuando éstas iban a ayudarle, con la excusa de apoyarse, las sobaba tan íntimamente como podía...
         Desde luego, no se puede decir que sus estrategias de ligue fueran las mejores del mundo...

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