EL SÁTIRO Y LA OCTOGENARIA
Llevaba
muy poco tiempo en esta profesión cuando ocurrió lo que os voy a contar. En
aquella época estaba en una comisaría de distrito bastante "movida".
El trabajo no faltaba y cada día había un asunto nuevo. Muchos eran bastante
duros, importantes para curtir la tierna personalidad de un chaval que nunca se
había visto en tales. Afortunadamente, de vez en cuando alguno ofrecía algún
desahogo.
Había
un subinspector en aquel sitio que fue mi primer maestro de los varios que he
tenido en el Cuerpo. Ese era un auténtico maestro en conseguir que la gente
reconociera lo que había hecho sin siquiera ser consciente de ello, para lo
cual inventaba las más peregrinas historias, combinadas con un olfato policial
envidiable.
Un
día se presentó en el Grupo de Investigación al que me habían asignado con una
denuncia que había presentado una octogenaria, viuda de un guardia civil, a la
que llamaban casi todas las noches, entre las 4 y las 6 de la mañana, con
comentarios obscenos como "guarra, sal al balcón y enséñame las tetas como
el otro día". La señora estaba no solo indignada, sino atemorizada de ser
el objeto de algún pervertido sexual que a saber qué peligrosidad tenía.
La
investigación indicó que las llamadas provenían de un teléfono móvil de tarjeta
(en esa época no era necesario identificarse al comprarlo) y de varias cabinas
telefónicas que estaban alrededor de la manzana del edificio de enfrente de
donde vivía la denunciante.
—Mira,
la cosa está clara: es un vecino de esa casa que tiene visión directa al
domicilio de la viuda y tiene una fijación con las ancianas. Vamos a ir allí y
vamos a entrevistar a los habitantes de los pisos que tienen ventana hacia el
otro edificio. Uno de ellos ha de ser.
A
mí me parecía que era un tiro un tanto largo pero claro... ¡Qué sabía yo
entonces de ser policía!
Pues
allí nos presentamos, con la excusa de que una peligrosa banda de delincuentes
pululaba por el barrio de madrugada, a ver si alguien que se moviera entre las
4 y las 6 los había visto... Y en la primera ¡la primera! casa a la que
llamamos (la eligió porque estaba a la misma altura que el balcón de la
denunciante) nos encontramos con un chico que, según nos cuenta, salía de 4 a 6
a recoger los periódicos para el quiosco de su padre. Aprovechaba la excursión
para darle una vuelta al perro alrededor de la manzana. En el colmo de la
puntería, el subinspector le pregunta si tiene un teléfono al que podamos
llamarle si lo necesitamos... ¡¡y es precisamente el número que estamos
buscando!!
Así
pues, le invitamos a acompañarnos a Comisaría —porque queríamos evitarle a su
madre el disgusto de que lo detuviéramos allí mismo—, y acepta de buen grado,
sin saber aún de qué va la historia...
Una
vez en nuestras dependencias, el chico (que, además, tenía problemas de
movilidad que le hacían caminar con muletas y no era muy agraciado) nos cuenta toda
la historia:
Una
funcionaria jovencita, con la plaza recién obtenida, acababa de llegar a la
ciudad y había alquilado un piso en el edificio de la anciana, justo debajo de
ella. En aquellos días hacía mucho calor, por lo que, al parecer, se paseaba
desnuda por el interior de su vivienda, sin sospechar que, desde el otro lado
de la calle, un tipo la observaba con prismáticos y se ponía como una moto con
el temita.
Nuestro
detenido supo que tenía que conseguir hablar con ella para presentarle sus
respetos, pero acomplejado por su físico como estaba, decidió trazar una
estrategia diferente: hizo una excursión hasta el tablón de anuncios de esa
comunidad, de donde sacó el teléfono del administrador. Le llamó haciéndose
pasar por el vecino de abajo de la funcionaria, para decir que tenía humedades
que venían de ese piso y que necesitaba hablar con ella urgentemente. El gestor
de fincas le dio el teléfono de la dueña, claro (no de la alquilada...) que
resultó ser... ¡¡la octogenaria!!
Así
que, desde ese momento, el buena pieza se dedicaba a telefonear a todas horas a
la señorita para dar rienda suelta a sus bajas pasiones... sin saber que, en
realidad, a quien estaba poniendo a caldo era a la viuda, que vivía horrorizada
y atemorizada por el equivocado sátiro.
El
chico nos contó, además, que debido a sus deformidades hasta algunas
prostitutas lo rechazaban, por lo que no sabía cómo integrarse socialmente para
tener una relación normal, así que vivía recluido en casa de sus padres la
mayor parte del tiempo.
El
caso fue que, cuando vino su abogada —de oficio—, se negaba incluso a
saludarla. Entre hombres se sentía cómodo, pero ni en broma quería plasmar todo
eso delante de una señorita. Fue su propia letrada la que le convenció dado que,
si declaraba se iba a su casa, pero si no le esperaba una difícil noche de
calabozo para que se lo contase al día siguiente al juez. No acababa de
entender que, por mucho que fuera una dama, estaba de su lado, más que nosotros
que solo queríamos la verdad, le favoreciese o no.
Al
final lo plasmó todo por escrito, pero la historia no acaba ahí. Algunos días
más tarde descubrí que el chico tenía prohibida la entrada en varios
establecimientos comerciales de la ciudad. Solía entrar en los mismos con sus
muletas y "tropezarse" delante de mujeres guapas. Cuando éstas iban a
ayudarle, con la excusa de apoyarse, las sobaba tan íntimamente como podía...
Desde
luego, no se puede decir que sus estrategias de ligue fueran las mejores del
mundo...
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