Puedo anunciaros con orgullo que está disponible la primera reseña extensa de "El Juez de Sueca", que se puede leer en la siguiente dirección:
http://sagacomic.blogspot.com.es/2014/04/resena-el-juez-de-sueca.html
Cualquier autor se sentiría muy honrado ante la subida de ego que representa tan buena crítica (bueno, también todas las opiniones en Amazon son excelentes), sobre todo cuando viene de un lector difícil de complacer y que tiene una formación en Historia Contemporánea que podría haberme sacado los colores de haber metido la patita.
¡Muchas gracias, Amandil!
AUTOR DEL LIBRO "LAS ANDANZAS DE UN POLICÍA TECNOLÓGICO", A LA VENTA EN TODAS LAS LIBRERÍAS, FÍSICAS Y ONLINE.
AUTOR DE LOS LIBROS "LA RED OSCURA" "CRISTAL TRASLÚCIDO" Y "EL JUEZ DE SUECA"
miércoles, 30 de abril de 2014
lunes, 28 de abril de 2014
El peculiar asunto de la mujer del camisón
EL PECULIAR ASUNTO DE LA MUJER DEL
CAMISÓN
Los policías
despertamos en cierta parte de la población ese morbo especial que
para ellos tiene el uniforme. Recuerdo en uno de mis primeros destinos, en la
sala 091, que solía llamar una señora que, si no la cortábamos rápido, empezaba
a masturbarse mientras nos decía obscenidades por el teléfono. Solo había una
buena manera de evitarlo: que la atendiera una compañera, si es que había
alguna en el turno. Colgarle no servía de mucho, porque insistía. Si con
nosotros no conseguía su objetivo, entonces llamaba a los bomberos.
La triste
realidad es que somos, como en casi todas partes, gente variada y casi siempre
muy normalita: gordos, delgados, altos, bajos... y, además, en Policía Judicial
no usamos uniforme salvo cuando hay que representar al Cuerpo en algún acto.
Eso poco importa, la imaginación es la clave para disfrutar del musculoso
agente de sus sueños.
Uno de esos
días en los que el trabajo no nos salía por las orejas (y que cada vez son
menos habituales, no recuerdo el último) sonó el teléfono en torno a las diez
de la mañana. Era una mujer, preocupada porque había encontrado en el ordenador
de su hija de siete años unas conversaciones preocupantes. Como la señora
estaba en Madrid, la invitamos a acudir a nuestras dependencias, donde
podríamos realizar un estudio pormenorizado de su ordenador. Se negó. Aducía
que no podía salir de casa porque debía tener la comida lista para cuando la
niña regresara. Mucho tiempo necesitaba para cocinar, con lo temprano que
era... Decidimos hacer una excepción y desplazarnos dos de nosotros a hablar
con ella. Uno de ellos era yo. El otro, un compañero que solía llevarse a las
chica de calle: musculoso, simpático, dotado de un indiscutible carisma y don
de gentes y, además, jovencito.
Desde el
momento en que nos abrió la puerta de su casa intuimos que algo no iba bien:
era una señora en sus primeros cuarenta, de bastante bien ver... que nos
recibió en camisón. Al menos llevaba ropa interior debajo, dado que era bastante...
transparente.
—¿Dónde nos
estamos metiendo? —me murmuró mi compañero.
—Pues sí. Ten
cuidado —le contesté, consciente de su éxito con el sexo opuesto.
Podía estar
tranquilo: esa vez (la única, de hecho), la cosa iba conmigo: le había caído en
gracia a la madre.
—Mira aquí, en
el portátil... Te puedo tutear, ¿verdad?
—Como quiera,
señora.
—¡Qué tonto
eres! ¡Tutéame tú también!
Lo cierto es
que nos sentíamos más cómodos con el tratamiento informal, por lo que le
hicimos caso.
—Pues no veo
nada extraño en el ordenador. ¿Está segura de que ha visto esas conversaciones?
—Bueno, no
eran exactamente conversaciones de chat... eran más bien como páginas web poco
apropiadas, ¿sabes? Anda, siéntate aquí, a mi lado, que lo verás mejor... —me
indicaba el sofá, en el que se había acomodado dejando al aire toda una pierna,
desde la nalga.
—Gracias. Lo
veo perfectamente desde aquí...
—Insisto.
Desde ahí no puedes llegar al teclado.
—Si le parece
lo llevamos a la mesa del comedor. Ahí podré llegar con más comodidad —"y
sin sentarme en su regazo", pensé para mí.
Como era de
esperar, se puso a mi lado, aún estando de pie. Tuvo la decencia de no tocarme
con la mano, pero su cuerpo estaba rozando el mío. La situación no podía ser
más incómoda. Al menos, para mí.
Mi compañero,
afortunadamente, me echó una mano con la premura del análisis y en apenas
quince minutos pudimos dejar el domicilio.
—Si quieres
puedes volver esta tarde. Tan solo avísame —se despidió.
—Hasta luego
—fue toda mi respuesta.
Respiramos
tranquilos al volver al coche. Acudir uno solo de nosotros a esa encerrona
hubiera sido muy peligroso. Nunca sabes el equilibrio mental de una persona así
y podría tomarse mi rechazo como una ofensa... y denunciarme por acoso sexual o
algo similar. Estando los dos solos, por mucho que no hubiera pasado nada,
hubiera resultado muy, muy difícil de explicar, que en ciertos comportamientos
la sociedad no atiende a pruebas, sino a difamaciones.
jueves, 24 de abril de 2014
El hombre que jugaba con el riesgo
EL HOMBRE QUE JUGABA CON EL RIESGO
En
aquel tiempo estábamos detrás de un individuo que utilizaba tanto su trabajo
como su ordenador para subir pornografía infantil a Internet que compartía con
otros. Era un modus operandi bastante peculiar, ya que subía de todo tipo (de
niños, de niñas, light, dura...) sin un criterio, algo extraño en ese tipo de
delincuentes, que suelen tener sus preferencias muy definidas. Llegó a crear
hasta 38 perfiles diferentes en la misma web, que eran borrados
consecutivamente cada vez que los administradores de la misma detectaban los
contenidos que colgaba.
Cuando
por fin le localizamos hicimos algunas preguntas que nos tenían realmente
preocupados:
—Vamos
a ver, hijo, ¿no te dabas cuenta de que tus perfiles eran eliminados uno tras
otro?
—Pues
sí, pero me lo tomé como un juego y la cosa se fue desmadrando. En realidad
era... la excitación de hacer algo prohibido. Me gustaba y quería siempre un
poco más...
—Pues
para hacer cosas excitantes, lo mejor es el puenting, que además es legal.
—Ya,
pero no es lo mismo. Desde pequeño he jugado con lo prohibido...
—¿Qué
otras cosas prohibidas has hecho últimamente?
—Pues...
a veces robo bolis del trabajo.
Se
nos quedan los ojos como platos. Al mismo nivel está escamotear un bolígrafo
que compartir la foto de un niño violado...
—Y
—continúa, al ver nuestras expresiones— una vez fumé marihuana.
En
ese momento pensé que nos estaba tomando el pelo, pero no: su lenguaje corporal
indicaba que era sincero.
—Además,
de pequeño una vez crucé una autopista corriendo...
Nos
costó no prorrumpir en carcajadas, pero alguna sonrisa sí que se escapó. Si
alguien llega a estallar en risas, le seguimos todos sin remedio.
Su
lista de "maldades" era tan escasa como absurda. Estaba claro que el
interés por los menores era otro.
De
todas formas, el código penal no hace distinciones: bien sea por motivación
sexual, económica o "de riesgo", la pena es la misma: de 2 a 9 años
de cárcel.
viernes, 18 de abril de 2014
El sorprendente caso del detenido que siempre firmaba en el mismo sitio
EL SORPRENDENTE CASO DEL DETENIDO
QUE SIEMPRE FIRMABA EN EL MISMO SITIO
En esta memorable ocasión hacía tándem con una compañera que
ya no está entre nosotros (sino en otro destino mejor). Habíamos detenido a un
tipo que convencía a menores por Internet para que se exhibieran sexualmente y,
cuando lo hacían, guardaba las fotos y las charlas con las que lo había
conseguido. Era un caso especialmente sangrante porque a uno de esos menores,
que fue el que finalmente denunció, lo conocía personalmente.
La investigación y el operativo se llevó a cabo de la manera
habitual —ya perdonaréis que no sea muy concreto en nuestros métodos y maneras
de llegar a los “malos”— y, al acabar el día, el buen señor, su abogada, de
oficio, mi compañera y yo estábamos sentados en la sala de declaraciones de la
dependencia policial. Después de las preguntas más generales empezamos a entrar
en materia. Le enseñamos las fotos que habíamos encontrado en su domicilio y,
como las reconoció, le pedimos que firmara la fotocopia de las mismas, en
prueba de conformidad.
Total,
que el hombre agarra el boli y empieza a firmar sobre los penes erectos. Una
tras otra, todas las imágenes recibieron su garabato en el mismo y delicado
sitio. Yo miro a mi compañera. Mi compañera me mira a mí. Ambos miramos a la
abogada, que nos mira a nosotros con la misma silenciosa pregunta en sus ojos: “¿pero
qué está haciendo?”. Leves encogimientos de hombros. Y otra foto firmada sobre
el pene. Y otra más.
Mi
compañera me susurra, en ese momento:
—La
siguiente pregunta la haces tú, que a mí me da la risa.
Yo,
que soy estoico pero no tanto, leo lo que me tocaba preguntar: “Es cierto que
usted, el día de autos, le dijo al niño oh sí, oh sí, como me gusta, sigue,
sigue?”.
Poneos
en situación. Es más, intentad leed esa frase de una manera neutra, que no era
cosa de ponerle la entonación que le iba al caso. El tema empezaba a ser
complicado.
—Sin
problemas, jefa. Un momento, que ahora vuelvo.
Me
levanto con corrección y salgo discretamente de la sala. Cierro la puerta y
salgo al exterior. Allí doy rienda suelta a mis sentimientos reprimidos y
suelto una carcajada de categoría doce en la escala de Richter. Luego me seco
las lágrimas y vuelvo al interior, donde no me han oído por la distancia y el
aislamiento acústico.
Me
siento en mi silla y pronuncio la frase de marras. Oigo un leve “pffft” por
parte de mi compañera, pero nada más. El hombre, que no entendía muy bien lo
que pasaba a su alrededor, contesta.
Poco
después acaba la declaración. Tras la entrevista con su letrada, el detenido
vuelve a los calabozos para pasar a disposición judicial, y la abogada nos
pregunta lo mismo que sus ojos interrogaban antes:
—¿Pero
por qué ha firmado… “ahí”?
—Sinceramente,
no tenemos ni idea…
—Madre
mía, madre mía. Como está el personal —comentaba mientras se recogía sus
papeles y se marchaba a una nueva asistencia.
—Si
usted supiera…
lunes, 14 de abril de 2014
EL SEÑOR QUE NO TENÍA LAS IDEAS MUY CLARAS
EL SEÑOR QUE NO TENÍA LAS IDEAS MUY
CLARAS
La
siguiente anécdota ocurrió en un piso normal de una ciudad normal, más bien tirando
a grande, de nuestro país. Era una investigación rutinaria, como tantas otras
que hemos hecho. En este caso era un señor que había "colgado" en
unas páginas de Internet algunas fotos de niños sometidos a abusos sexuales.
Encontrarlo fue relativamente fácil.
Era
un albañil de la época en que el ladrillo daba de comer a buena parte de los
españoles, así que trabajo no le faltaba, así que madrugaba mucho. Salía muy
temprano por las mañanas. Nuestra investigación había mostrado que era el único
miembro que no tenía antecedentes penales: el resto de sus hermanos y sus
padres se dedicaban a apropiarse de lo ajeno como modo de vida.
Ese
día llevábamos a un secretario judicial muy dispuesto, lo que también fue de
agradecer, dado que montó la espera con nosotros a las 5 de la mañana. De esa
manera podíamos empezar —y acabar— mucho antes, que en ocasiones los registros
se alargan hasta el anochecer.
Siguiendo
el plan diseñado, llamamos al timbre del portero automático para que nos
abriera. Silencio. Bueno, no era del todo extraño. Quizá todavía no se había
levantado. Esperamos. Los minutos pasaban lentamente y nos empezamos a
inquietar: sabíamos que se levantaba
a esas horas. ¿Y si ese día, precisamente, se había ido de vacaciones o
cualquiera de las mil cosas que ocurren y que escapan de nuestro control?
Así
que nos colamos dos personas dentro del edificio, a pegar el oído a su puerta,
coordinados con un tercero, cuya función era volverle a dar al automático... y
lo confirmamos: sin lugar a dudas, había alguien DENTRO de la casa. Ese alguien
bostezaba, movía una cucharilla dentro de una taza... y pasaba olímpicamente de
atender al telefonillo. Pues bueno, no nos quedó otra que esperar, hasta que
salió efectivamente a trabajar.
—Don
Tancredo(*), somos miembros del Cuerpo Nacional de Policía. Se va a proceder a
realizar un registro en su domicilio. Ahora sube el secretario judicial y le
notifica el auto. ¿Es que no ha oído el timbre?
—Huy,
sí, pero es que llaman tantas veces... que si propaganda, que si tal... No le
suelo hacer caso.
—¡Caramba!
¿Y a las cinco de la mañana también?
Se
limitó a encogerse de hombros.
—Eso
sí, podrían haberme avisado antes y hubiera recogido un poco, que está esto
patas arriba.
Ahí
me eché a temblar. Hay una sutil diferencia entre lo que una señora (sobre todo
de cierta edad) y un caballero entienden por "patas arriba". Para una
fémina puede ser que el dobladillo de la cama no esté bien hecho. Para un
señor, no haber bajado la basura en los últimos seis meses. Y acerté.
Lo
primero que notamos al entrar fue una penetrante peste a basura mezclada con los
variados olores que producen los gatos. Hasta nueve correteaban por la casa,
sin sitio donde realizar sus deposiciones, que estaban por cualquier sitio...
como en medio del salón. Era tan nauseabundo el olor que el comisionado
judicial se me acerca y me dice:
—Mirad
bien dentro de los armarios, porque para mí que aquí hay un cadáver escondido.
No,
no lo había... pero sí restos de comida en putrefacción por kilos. Las
cucarachas paseaban alegremente por todos los rincones de la cocina y,
afortunadamente, no por muchos más.
Hubo
que tocar el teclado con guantes por motivos sanitarios y no os quiero decir lo
que había justo debajo del ordenador...
Le
encontramos lo que habíamos ido a buscar y, además, fotomontajes que hacía
utilizando fotos de niñas "que encontraba por ahí" y cuerpos de
actrices porno de físico poco desarrollado. Suficiente para detenerlo.
Más tarde, durante su declaración,
delante de su abogado, empezó a "lucirse":
—¿Por
qué te descargas esos contenidos? ¿Sabías que son ilegales?
—Mire,
señor agente, todo el mundo tiene pornografía infantil en su casa. Lo que pasa
es que a mí me tenéis manía porque soy el único de mi familia que no tiene
antecedentes y eso os jode bastante...
En
ese momento el letrado le interrumpió:
—Mira,
Tancredo, en esta habitación estamos ahora mismo cuatro personas. De todos
nosotros solo uno, tú, tenías esos contenidos, así que hazte el favor de no
decir esa barbaridad.
Un
abogado no puede aconsejar en absoluto a su defendido sobre qué o qué no debe
contestar... pero la situación era tan peculiar que no nos supuso ningún
reparo. Además es que no le habíamos preguntado eso. Aún así insistió en su
respuesta, para disgusto del trabajador del turno de oficio.
La
diligencia fue tan demoledora y el tipejo nos pareció tan peligroso y dispuesto
a eludir la acción de la justicia que, en vez de ponerlo en libertad con
cargos, decidimos pasarlo a disposición judicial y que fuera Su Señoría quién
se mojase si alguien así podía pasearse por las calles, incluso aunque no
hubiera tocado nunca a ningún niño.
Tras
ser conducido al Juzgado, ante las preguntas del magistrado y para
desesperación del letrado, que iba de facepalm
en facepalm, le repite lo mismo: que
ahí todos, juez incluido, tenían pornografía infantil en su casa... Claro,
Tancredo acabó con sus huesos en prisión hasta el juicio...
No
sé cómo se desarrollaría, puesto que no me citaron, aunque acabé leyendo una
copia de la sentencia firme, que es pública. Le redujeron en un tercio la pena
por enfermedad mental.
Hoy
en día ya vuelve a pasear por las calles de su ciudad y no queda nadie en su
familia que no tenga antecedentes.
(*) Como ya dije al iniciar estas
líneas, nunca voy a dar datos que permitan identificar a nadie, así que el
nombre es, obviamente, inventado.
jueves, 10 de abril de 2014
EL SÁTIRO Y LA OCTOGENARIA
EL SÁTIRO Y LA OCTOGENARIA
Llevaba
muy poco tiempo en esta profesión cuando ocurrió lo que os voy a contar. En
aquella época estaba en una comisaría de distrito bastante "movida".
El trabajo no faltaba y cada día había un asunto nuevo. Muchos eran bastante
duros, importantes para curtir la tierna personalidad de un chaval que nunca se
había visto en tales. Afortunadamente, de vez en cuando alguno ofrecía algún
desahogo.
Había
un subinspector en aquel sitio que fue mi primer maestro de los varios que he
tenido en el Cuerpo. Ese era un auténtico maestro en conseguir que la gente
reconociera lo que había hecho sin siquiera ser consciente de ello, para lo
cual inventaba las más peregrinas historias, combinadas con un olfato policial
envidiable.
Un
día se presentó en el Grupo de Investigación al que me habían asignado con una
denuncia que había presentado una octogenaria, viuda de un guardia civil, a la
que llamaban casi todas las noches, entre las 4 y las 6 de la mañana, con
comentarios obscenos como "guarra, sal al balcón y enséñame las tetas como
el otro día". La señora estaba no solo indignada, sino atemorizada de ser
el objeto de algún pervertido sexual que a saber qué peligrosidad tenía.
La
investigación indicó que las llamadas provenían de un teléfono móvil de tarjeta
(en esa época no era necesario identificarse al comprarlo) y de varias cabinas
telefónicas que estaban alrededor de la manzana del edificio de enfrente de
donde vivía la denunciante.
—Mira,
la cosa está clara: es un vecino de esa casa que tiene visión directa al
domicilio de la viuda y tiene una fijación con las ancianas. Vamos a ir allí y
vamos a entrevistar a los habitantes de los pisos que tienen ventana hacia el
otro edificio. Uno de ellos ha de ser.
A
mí me parecía que era un tiro un tanto largo pero claro... ¡Qué sabía yo
entonces de ser policía!
Pues
allí nos presentamos, con la excusa de que una peligrosa banda de delincuentes
pululaba por el barrio de madrugada, a ver si alguien que se moviera entre las
4 y las 6 los había visto... Y en la primera ¡la primera! casa a la que
llamamos (la eligió porque estaba a la misma altura que el balcón de la
denunciante) nos encontramos con un chico que, según nos cuenta, salía de 4 a 6
a recoger los periódicos para el quiosco de su padre. Aprovechaba la excursión
para darle una vuelta al perro alrededor de la manzana. En el colmo de la
puntería, el subinspector le pregunta si tiene un teléfono al que podamos
llamarle si lo necesitamos... ¡¡y es precisamente el número que estamos
buscando!!
Así
pues, le invitamos a acompañarnos a Comisaría —porque queríamos evitarle a su
madre el disgusto de que lo detuviéramos allí mismo—, y acepta de buen grado,
sin saber aún de qué va la historia...
Una
vez en nuestras dependencias, el chico (que, además, tenía problemas de
movilidad que le hacían caminar con muletas y no era muy agraciado) nos cuenta toda
la historia:
Una
funcionaria jovencita, con la plaza recién obtenida, acababa de llegar a la
ciudad y había alquilado un piso en el edificio de la anciana, justo debajo de
ella. En aquellos días hacía mucho calor, por lo que, al parecer, se paseaba
desnuda por el interior de su vivienda, sin sospechar que, desde el otro lado
de la calle, un tipo la observaba con prismáticos y se ponía como una moto con
el temita.
Nuestro
detenido supo que tenía que conseguir hablar con ella para presentarle sus
respetos, pero acomplejado por su físico como estaba, decidió trazar una
estrategia diferente: hizo una excursión hasta el tablón de anuncios de esa
comunidad, de donde sacó el teléfono del administrador. Le llamó haciéndose
pasar por el vecino de abajo de la funcionaria, para decir que tenía humedades
que venían de ese piso y que necesitaba hablar con ella urgentemente. El gestor
de fincas le dio el teléfono de la dueña, claro (no de la alquilada...) que
resultó ser... ¡¡la octogenaria!!
Así
que, desde ese momento, el buena pieza se dedicaba a telefonear a todas horas a
la señorita para dar rienda suelta a sus bajas pasiones... sin saber que, en
realidad, a quien estaba poniendo a caldo era a la viuda, que vivía horrorizada
y atemorizada por el equivocado sátiro.
El
chico nos contó, además, que debido a sus deformidades hasta algunas
prostitutas lo rechazaban, por lo que no sabía cómo integrarse socialmente para
tener una relación normal, así que vivía recluido en casa de sus padres la
mayor parte del tiempo.
El
caso fue que, cuando vino su abogada —de oficio—, se negaba incluso a
saludarla. Entre hombres se sentía cómodo, pero ni en broma quería plasmar todo
eso delante de una señorita. Fue su propia letrada la que le convenció dado que,
si declaraba se iba a su casa, pero si no le esperaba una difícil noche de
calabozo para que se lo contase al día siguiente al juez. No acababa de
entender que, por mucho que fuera una dama, estaba de su lado, más que nosotros
que solo queríamos la verdad, le favoreciese o no.
Al
final lo plasmó todo por escrito, pero la historia no acaba ahí. Algunos días
más tarde descubrí que el chico tenía prohibida la entrada en varios
establecimientos comerciales de la ciudad. Solía entrar en los mismos con sus
muletas y "tropezarse" delante de mujeres guapas. Cuando éstas iban a
ayudarle, con la excusa de apoyarse, las sobaba tan íntimamente como podía...
Desde
luego, no se puede decir que sus estrategias de ligue fueran las mejores del
mundo...
martes, 8 de abril de 2014
La madre que quería llevar a su hijo a un burdel
Inicio hoy un camino que no sé hasta donde me llevará. En mis años como Policía he sido testigo de muchas situaciones, algunas de ellas bastante duras y otras que, al final acaban cayendo en lo cómico... o al menos nos lo parece desde dentro. Vamos a ver si a los de fuera también.
Voy a ir contándolas sin orden establecido, antiguas, viejas... todas mezcladas y, además, aunque muchos casos ya están juzgados y condenados, voy a omitir toda referencia local o temporal. Si aparece algún nombre alguna vez, tampoco será el de verdad. Aquí importa la anécdota, que yo no voy a hacer sangre de mis detenidos, que ya bastante tienen con lo que tienen...
Hoy empezamos con:
Voy a ir contándolas sin orden establecido, antiguas, viejas... todas mezcladas y, además, aunque muchos casos ya están juzgados y condenados, voy a omitir toda referencia local o temporal. Si aparece algún nombre alguna vez, tampoco será el de verdad. Aquí importa la anécdota, que yo no voy a hacer sangre de mis detenidos, que ya bastante tienen con lo que tienen...
Hoy empezamos con:
LA MADRE QUE QUERÍA LLEVAR A SU HIJO A UN BURDEL
Las madres suelen proteger a sus hijos, no importa lo que hayan hecho. En nuestras investigaciones, es habitual que el responsable de los hechos sea el chaval de la familia que, normalmente, también tiene ya sus añitos. Aunque hemos detenido a algunos menores de edad, no son los más habituales. Claro que a quien lo ha parido, eso le da igual: siempre será "su niño".
En una ocasión nos encontramos con una familia inmigrante, que venía del otro lado del charco. En el registro de su domicilio encontramos las pruebas en un ordenador: era el hijo mayor, de 18 años, quien se dedicaba a enviar y solicitar pornografía infantil. Era un chico menudo, delgado, tímido y apocado. Como es natural, nos lo llevamos detenido para realizar los trámites en Comisaría.
Al poco acudió a la puerta la mamá del buena pieza, junto con su hermana (la tía, vamos) al recinto policial. Le explicamos que no podía verlo aunque a mí esas cosas me parten el corazón. Uno de los dos momentos más duros de esta profesión es tratar con los familiares de los autores de esta clase de delitos... y ese no fue una excepción.
Lo que sí que se salió de la norma fue la excusa de la buena señora...
—Verá, señor agente... Es que mi hijo desde que ha venido de mi país no se ha relacionado con nadie... Le decimos que se eche novia, que vaya a desfogarse por ahí... pero es que no hay manera.
—Eso es normal. Deben ustedes dejarle su propio ritmo, no imponérselo... aunque desde luego, eviten que siga con la pornografía infantil, que eso tiene mala salida. ¿Eh?
—Verá, señor agente, es que somos todas mujeres en mi familia. Todas hermanas... y claro, de esto de hombres no sabemos. Igual busca cosas de niños porque como es bajito... Ya ve, somos todos de rasgos andinos y claro, no crecemos mucho. Y él siempre ha tenido problemas para relacionarse. Como es tan tímido...
—No, señora, eso no tiene nada que ver. Ese interés malsano no tiene que ver con la altura...
—...¿Y si le llevamos a un burdel, a ver si lo desvirgan?
—¿PERDÓN? —Ahí se me atravesó ya el sorbo de agua que acababa de beber.
—¿PERDÓN? —Ahí se me atravesó ya el sorbo de agua que acababa de beber.
—Ay, no sé... Es que a ver si lo prueba y así se encamina... ¿No podrían llevarlo ustedes, que son hombres?
No me atraganté porque ya me había atragantado antes. Ahí intervino una compañera que se acababa de incorporar a la conversación al ver el cariz que tomaba:
—Miren, eso no le va a ayudar. No es normal ni aconsejable aquí en España. Si realmente le quieren ayudar, lo mejor que pueden hacer es buscarle un psicólogo que le ayude a superar esa obsesión por los niños.
—Miren, eso no le va a ayudar. No es normal ni aconsejable aquí en España. Si realmente le quieren ayudar, lo mejor que pueden hacer es buscarle un psicólogo que le ayude a superar esa obsesión por los niños.
"Si es que está a tiempo", pensé para mí. Por entonces ya eran bastantes los años que llevaba en este negocio y, sabía que el pedófilo exclusivo (al contrario que el "pansexual") tiene muy claro lo que le gusta.
—Mire —concluí—. Tengan cuidado con los niños pequeños de su familia, que son muchos. Nosotros tenemos que irnos a hacer nuestro trabajo, para poner en libertad a su hijo lo antes posible.
—No, eso es imposible. Él nunca... él nunca...
Pero "él", quizá, lo hubiera hecho si hubiera tenido la ocasión. Afortunadamente, esa vez habíamos llegado a tiempo y solo tuvo que responder por los delitos de tenencia y distribución.
Fue una tarde larga con el atestado policial, pero esa ya es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.
PD: Por cierto, la madre también tenía pánico de que nos llevásemos a su hijo al interior de las dependencias policiales. "He trabajado en el Poder Judicial [de su país] y sé que sacan la verdad, pero la sacan a golpes. Yo no quiero a mi hijo lo muelan a golpes".
Nos quedamos un poco impactados. En la BIT, desde que yo estoy, al menos, jamás se le ha puesto la mano encima a nadie. Que somos profesionales, caramba.
Fue una tarde larga con el atestado policial, pero esa ya es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.
PD: Por cierto, la madre también tenía pánico de que nos llevásemos a su hijo al interior de las dependencias policiales. "He trabajado en el Poder Judicial [de su país] y sé que sacan la verdad, pero la sacan a golpes. Yo no quiero a mi hijo lo muelan a golpes".
Nos quedamos un poco impactados. En la BIT, desde que yo estoy, al menos, jamás se le ha puesto la mano encima a nadie. Que somos profesionales, caramba.
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