miércoles, 7 de mayo de 2014

El asombroso registro más marciano de la historia

EL ASOMBROSO REGISTRO MÁS MARCIANO DE LA HISTORIA
         En aquella ocasión nuestro objetivo era un reincidente que ya había sido detenido por pornografía infantil en el pasado y, de hecho, hasta condenado en firme estaba. Como la pena era inferior a dos años, había sido suspendida siempre que no reincidiera... cosa que, obviamente, sí hizo.
         Desde que alguien le denunció, tuvimos claras sospechas de que era él, dado que su modus operandi era el que ya conocíamos: meterse en canales sadomaso en los que se hacía pasar por una niña esclavizada por sus cuidadores... todo ello aderezado con imágenes de niñas abusadas sexualmente que se bajaba de Internet. La investigación confirmó nuestras sospechas, así que para allá que fuimos una tarde de viernes...
         La cosa ya empezó rara: teníamos otro caso en ciernes y el Juzgado que la llevaba se empeñó que la hiciéramos precisamente aquel mismo día y a la misma hora, así que tuvimos que dividir nuestras escasas fuerzas y pedir apoyo al otro grupo de Protección al Menor, dado que nos quedábamos sin personal (¡ni vehículos!) para ambos operativos.
         Aquel día a mí, en solitario, me tocó ir a buscar a la señora secretaria judicial, mientras que la inspectora y otro compañero montaban la vigilancia en el domicilio. La función de la jefa era tantear a la mujer del investigado, por si realmente existiese la supuesta niña explotada. Cosas más raras se han visto.
         La secretaria había tenido, hacía algún tiempo, un accidente de tráfico que le dejó lesiones neuronales severas. Se había pasado un año sin hablar hasta que aprendió de nuevo a hacerlo... y estaba compensando. Creo que jamás he estado al lado de alguien que largase tanto en tan poco tiempo. Además, debido a esos problemas algunas veces me costaba bastante entenderla, así que me limitaba a sonreír y asentir educadamente. ¿No es la mejor manera de no meter la pata?
         Pues no, no lo es. Sobre todo cuando me dijo:
         —Soy un poco pesada, ¿verdad? No paro de hablar cosas sin mucha importancia...
         Y yo, que no había entendido más que "importancia", sonreí una vez más y asentí educadamente de nuevo...
         —Así me gusta. Qué chico tan sincero...
         Entonces caí en la cuenta... Pero ya sabéis que, en ocasiones, es mejor callar en vez de abrir la boca y cagarla del todo... Si le decía que vocalizaba peor que Fraga diciendo trabalenguas igual mal. Si admitía que no callaba ni debajo del agua, peor... Así que hice lo único que podía: sonreír y asentir educadamente. O algo.
         Una vez todos juntitos frente a la casa de nuestro viejo conocido, llamamos a la puerta. Abrió la esposa, que no entendía muy bien qué hacíamos allí tres policías y una funcionaria del Juzgado. Por detrás, más bajito, asomaba la cabeza del investigado, a veces sobre un hombro, a veces sobre el otro. En cuanto nos reconoció, salió zumbando hacia el interior de la casa... algo muy notorio para alguien que tenía serios problemas de movilidad debido a una enfermedad que lo había convertido en pensionista con apenas cuarenta años.
         El compañero y yo nos miramos sorprendidos y, una fracción de segundo más tarde, apartamos a la señora, que seguía sin entender qué carajo pasaba —su marido jamás le había contado que tenía una sentencia firme en su contra— y nos lanzamos tras él. Cuando llegamos a su altura ya estaba en el ordenador y había cerrado casi todas las ventanas. Efectivamente: se dedicaba a fabular complicadas historias de niñas esclavizadas, aderezadas con imágenes ad-hoc. Le apartamos después de un leve forcejeo. Todavía no nos explicamos cómo pudo ser tan ágil.
         Antes de empezar la inspección del ordenador la secretaria se acercó a la buena mujer, que no salía de su asombro:
         —Su cara me suena de algo, ¿es posible? ¿No trabajará en Justicia?
         —No. Soy enfermera y trabajo en rehabilitación en el Hospital Provincial...
         —¿Con accidentados de tráfico?
         —¡Sí!
         Resulta que sí que se conocían: era una de las personas que estuvo involucrada en su recuperación tras la colisión que la tuvo un año de baja... A partir de ahí entablaron una alegre charla... Alegre, sobre todo, por parte de la funcionaria, que la otra ya tenía bastante lo que le estaba pasando.
         A medida que fueron saliendo las imágenes que guardaba en el ordenador, que había intentado esconder con procedimiento bastante burdos que tal sirvieran para su familia, pero no para vosotros, la esposa se fue indignando más y más.
         —¿Es cierto eso de que ya te han condenado por cosas así?
         —Sí. Hace un par de años...
         —¡Pero cómo no me lo has contado! ¿No crees que podría ser relevante en nuestra relación? ¿Y tus hijos?
         El hombre se ahogaba en murmurar excusas sin sentido. Nosotros (los que no estábamos mirando el ordenador), bastante teníamos con evitar que llegasen a las manos. Concretamente las manos de ella en el cuello de él...
         La inspectora aprovechó para apartarla y, en otra habitación, preguntarle con discreción si existía la famosa niña esclava... pero la buena mujer tenía otras ideas en mente:
         —¿Y por qué le da a mi marido por estas cosas? ¿Sabe? Si en la cama funciona bien... Si me coge y me da así y...
         —¡Señora, por favor! No necesito esa información... ¡Por Dios, cíñase a lo que le pregunto!
         Al acabar con el ordenador que usaba el detenido, preguntamos si había algún otro en el domicilio. Efectivamente, lo había: era el utilizado tan solo por el hijo mayor de la familia, que se encontraba en ese momento estudiando en la Universidad. Era un maquinón impresionante en el que no pensábamos que apareciera nada... pero teníamos la instrucción judicial de mirar todos los computadores presentes... así que lo hicimos y, para nuestra sorpresa, empezaron a salir vídeos bastante más duros... En resumen: al padre le gustaban las imágenes light de niñas y a su hijo, con los dieciocho recién estrenados, las hard de niños. Vamos, que nos llevamos a dos detenidos por el precio de uno.
         Si ya estábamos escasos de personal y de vehículos, trasladar a dos escapaba a nuestras posibilidades. Tuvimos que llamar a la Brigada y que los chicos de Fraudes acudieran con otro coche más para llevarse a uno de ellos mientras nosotros hacíamos lo propio con el otro...
         —No entiendo cómo te puedes dedicar a ver algo así —le dijo el padre al chaval mientras esperábamos que llegasen nuestros compañeros.
         Desde luego, no era la persona más indicada para dar lecciones de moral...
         Tan marciana aventura no acabó ahí. A los pocos días, la esposa, envalentonada por su "amistad" con la secretaria, llamó para exigir que le devolviéramos el material que habíamos intervenido, que le había resultado muy caro y no estaba para esos dispendios.
         —Verá... lo que nos llevamos es una prueba judicial de un delito. Hasta que no salga el juicio no se podrá devolver... y aún así, si resultan culpables habrá que destruirlo...
         No quedó muy conforme y lo intentó un par de veces más... con el mismo nulo éxito.
         Unos meses más tarde volvió a insistir: entonces quería que sacásemos a su marido de casa, porque deseaba divorciarse y no lo quería más junto a ella... Definitivamente, no tenía muy claro cuál es la función de la Policía ni de la Brigada de Investigación Tecnológica.

         Por esos hechos nuestro amigo fue condenado de nuevo, naturalmente... y no sería la última, porque la siguiente vez que nos cruzamos también dio para anécdota. Por cierto, el hijo también recibió una sentencia en contra, incluso antes que su progenitor, aunque de él nada más hemos sabido. Espero que aprendiese la lección y eligiese rectificar...

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