En
aquella ocasión nuestro objetivo era un reincidente que ya había sido detenido
por pornografía infantil en el pasado y, de hecho, hasta condenado en firme
estaba. Como la pena era inferior a dos años, había sido suspendida siempre que
no reincidiera... cosa que, obviamente, sí hizo.
Desde
que alguien le denunció, tuvimos claras sospechas de que era él, dado que su
modus operandi era el que ya conocíamos: meterse en canales sadomaso en los que se hacía pasar por
una niña esclavizada por sus cuidadores... todo ello aderezado con imágenes de
niñas abusadas sexualmente que se bajaba de Internet. La investigación confirmó
nuestras sospechas, así que para allá que fuimos una tarde de viernes...
La
cosa ya empezó rara: teníamos otro caso en ciernes y el Juzgado que la llevaba
se empeñó que la hiciéramos precisamente aquel mismo día y a la misma hora, así
que tuvimos que dividir nuestras escasas fuerzas y pedir apoyo al otro grupo de
Protección al Menor, dado que nos quedábamos sin personal (¡ni vehículos!) para
ambos operativos.
Aquel
día a mí, en solitario, me tocó ir a buscar a la señora secretaria judicial,
mientras que la inspectora y otro compañero montaban la vigilancia en el
domicilio. La función de la jefa era tantear a la mujer del investigado, por si
realmente existiese la supuesta niña explotada. Cosas más raras se han visto.
La
secretaria había tenido, hacía algún tiempo, un accidente de tráfico que le
dejó lesiones neuronales severas. Se había pasado un año sin hablar hasta que
aprendió de nuevo a hacerlo... y estaba compensando. Creo que jamás he estado
al lado de alguien que largase tanto en tan poco tiempo. Además, debido a esos
problemas algunas veces me costaba bastante entenderla, así que me limitaba a
sonreír y asentir educadamente. ¿No es la mejor manera de no meter la pata?
Pues
no, no lo es. Sobre todo cuando me dijo:
—Soy
un poco pesada, ¿verdad? No paro de hablar cosas sin mucha importancia...
Y
yo, que no había entendido más que "importancia", sonreí una vez más
y asentí educadamente de nuevo...
—Así
me gusta. Qué chico tan sincero...
Entonces
caí en la cuenta... Pero ya sabéis que, en ocasiones, es mejor callar en vez de
abrir la boca y cagarla del todo... Si le decía que vocalizaba peor que Fraga
diciendo trabalenguas igual mal. Si admitía que no callaba ni debajo del agua,
peor... Así que hice lo único que podía: sonreír y asentir educadamente. O
algo.
Una
vez todos juntitos frente a la casa de nuestro viejo conocido, llamamos a la
puerta. Abrió la esposa, que no entendía muy bien qué hacíamos allí tres
policías y una funcionaria del Juzgado. Por detrás, más bajito, asomaba la
cabeza del investigado, a veces sobre un hombro, a veces sobre el otro. En
cuanto nos reconoció, salió zumbando hacia el interior de la casa... algo muy
notorio para alguien que tenía serios problemas de movilidad debido a una
enfermedad que lo había convertido en pensionista con apenas cuarenta años.
El
compañero y yo nos miramos sorprendidos y, una fracción de segundo más tarde,
apartamos a la señora, que seguía sin entender qué carajo pasaba —su marido
jamás le había contado que tenía una sentencia firme en su contra— y nos
lanzamos tras él. Cuando llegamos a su altura ya estaba en el ordenador y había
cerrado casi todas las ventanas. Efectivamente: se dedicaba a fabular
complicadas historias de niñas esclavizadas, aderezadas con imágenes ad-hoc. Le apartamos después de un leve
forcejeo. Todavía no nos explicamos cómo pudo ser tan ágil.
Antes
de empezar la inspección del ordenador la secretaria se acercó a la buena
mujer, que no salía de su asombro:
—Su
cara me suena de algo, ¿es posible? ¿No trabajará en Justicia?
—No.
Soy enfermera y trabajo en rehabilitación en el Hospital Provincial...
—¿Con
accidentados de tráfico?
—¡Sí!
Resulta
que sí que se conocían: era una de las personas que estuvo involucrada en su
recuperación tras la colisión que la tuvo un año de baja... A partir de ahí
entablaron una alegre charla... Alegre, sobre todo, por parte de la
funcionaria, que la otra ya tenía bastante lo que le estaba pasando.
A
medida que fueron saliendo las imágenes que guardaba en el ordenador, que había
intentado esconder con procedimiento bastante burdos que tal sirvieran para su
familia, pero no para vosotros, la esposa se fue indignando más y más.
—¿Es
cierto eso de que ya te han condenado por cosas así?
—Sí.
Hace un par de años...
—¡Pero
cómo no me lo has contado! ¿No crees que podría ser relevante en nuestra
relación? ¿Y tus hijos?
El
hombre se ahogaba en murmurar excusas sin sentido. Nosotros (los que no
estábamos mirando el ordenador), bastante teníamos con evitar que llegasen a
las manos. Concretamente las manos de ella en el cuello de él...
La
inspectora aprovechó para apartarla y, en otra habitación, preguntarle con
discreción si existía la famosa niña esclava... pero la buena mujer tenía otras
ideas en mente:
—¿Y
por qué le da a mi marido por estas cosas? ¿Sabe? Si en la cama funciona
bien... Si me coge y me da así y...
—¡Señora,
por favor! No necesito esa información... ¡Por Dios, cíñase a lo que le
pregunto!
Al
acabar con el ordenador que usaba el detenido, preguntamos si había algún otro
en el domicilio. Efectivamente, lo había: era el utilizado tan solo por el hijo
mayor de la familia, que se encontraba en ese momento estudiando en la
Universidad. Era un maquinón impresionante en el que no pensábamos que
apareciera nada... pero teníamos la instrucción judicial de mirar todos los computadores presentes... así
que lo hicimos y, para nuestra sorpresa, empezaron a salir vídeos bastante más
duros... En resumen: al padre le gustaban las imágenes light de niñas y a su hijo, con los dieciocho recién estrenados,
las hard de niños. Vamos, que nos
llevamos a dos detenidos por el precio de uno.
Si
ya estábamos escasos de personal y de vehículos, trasladar a dos escapaba a
nuestras posibilidades. Tuvimos que llamar a la Brigada y que los chicos de
Fraudes acudieran con otro coche más para llevarse a uno de ellos mientras
nosotros hacíamos lo propio con el otro...
—No
entiendo cómo te puedes dedicar a ver algo así —le dijo el padre al chaval
mientras esperábamos que llegasen nuestros compañeros.
Desde
luego, no era la persona más indicada para dar lecciones de moral...
Tan
marciana aventura no acabó ahí. A los pocos días, la esposa, envalentonada por
su "amistad" con la secretaria, llamó para exigir que le
devolviéramos el material que habíamos intervenido, que le había resultado muy
caro y no estaba para esos dispendios.
—Verá...
lo que nos llevamos es una prueba judicial de un delito. Hasta que no salga el
juicio no se podrá devolver... y aún así, si resultan culpables habrá que
destruirlo...
No
quedó muy conforme y lo intentó un par de veces más... con el mismo nulo éxito.
Unos
meses más tarde volvió a insistir: entonces quería que sacásemos a su marido de
casa, porque deseaba divorciarse y no lo quería más junto a ella... Definitivamente,
no tenía muy claro cuál es la función de la Policía ni de la Brigada de
Investigación Tecnológica.
Por
esos hechos nuestro amigo fue condenado de nuevo, naturalmente... y no sería la
última, porque la siguiente vez que nos cruzamos también dio para anécdota. Por
cierto, el hijo también recibió una sentencia en contra, incluso antes que su
progenitor, aunque de él nada más hemos sabido. Espero que aprendiese la
lección y eligiese rectificar...
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