lunes, 9 de junio de 2014

El día en que una inspectora salió del armario.

         En la Policía tenemos los recursos que tenemos. Quizá no sean los mejores, pero es lo que hay y tenemos que aprender a apañarnos con ello. Los cuartos de declaraciones —y gracias a Dios por tenerlos— no tienen espejos unidireccionales, detrás de los cuales se esconden especialistas que van dictando preguntas al entrevistador a través de un disimulado dispositivo auricular. No. En lugar de eso son una mesa con un viejo ordenador y tres sillas. En nuestro caso, además, dos armarios vacíos que, además, hacen de separación entre los dos puestos disponibles.
         En aquella época, el Grupo lo formaban dos inspectores (uno de cada sexo), y dos agentes de escala básica (uno de ellos, yo). En la BIT trabajamos de manera "colegiada", nada que ver con la rígida estructura militar de otras organizaciones... y la verdad es que nos va muy bien hasta la fecha. Somos más una gran (no tan "gran") familia, bastante bien avenida, que una unidad laboral a la vieja usanza.
         La inspectora había investigado un caso muy significativo. Tras tener identificado al autor, hicimos la reunión habitual para decidir cuál habría de ser la mejor aproximación al individuo. Ella misma propuso que, al ser un caso en que se compartían fotos de niños (no niñas), su presencia (la que más sabía del caso, por otro lado) podría ser contraproducente. En algunos casos, ese tipo de personas se cierran ante entrevistas realizadas por mujeres, así que fuimos los dos de escala básica los que llevaríamos a cabo la toma de declaración... Pero claro, había un problema:
         —Tú eres la mejor para conducir la diligencia y realizar nuevas preguntas según lo que nos vaya respondiendo —le dije—. Si no estás, es posible que se nos escapen detalles importantes.
         El argumento era bastante importante, así que nos pusimos a darle vueltas de nuevo... ¿Existiría una manera de que estuviera presente y que el objetivo no reparase en ella?
         En un momento determinado, alguien tuvo la gran idea:
         —Los armarios de separación están vacíos. Todo es cuestión de quitar las baldas para legajos y poner un pequeño taburete. Te metes dentro y lo escuchas todo y, a través de whatsapp nos puedes ir mandando nuevas cuestiones que quieres que planteamos.
         Gran idea, ¿verdad? Sorprendentemente, ¡¡todos estuvimos de acuerdo!! ¿Qué podría salir mal...?
         Así, pues, antes de que empezar, con el despacho vacío, la inspectora se introdujo en el mueble (aunque no cabía taburete alguno y tuvo que quedarse de pie), con el teléfono en la mano. Llegó el abogado, que ocupó su silla, y poco después, el detenido, que se acomodó en la otra. Detrás del ordenador, los dos policías con una sonrisa formal y tratando de no mirar hacia el improvisado escondite.
         Le reiteramos sus derechos según el artículo 520 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal y, en uso de ellos, se negó a declarar ante la Policía. Entra dentro de lo posible. A veces pasa... así que nos limitamos a ir rellenando los campos formales... y mientras tanto, la compañera dentro del armario.
         Su situación no era demasiado cómoda en esas estrecheces y, peor aún, se veía que iba a tener que escuchar la entrevista reservada entre cliente y letrado algo que, por un lado, no le apetecía nada y por otro tenía serias dudas de su legalidad... así que optó por lo más sencillo: abrió la puerta con delicadeza y entró en la sala de declaraciones. A pesar de su discreción, el abogado reparó en tan extraña aparición aunque, por su mirada, no tenía ni idea sobre cómo se había materializado. Ella mostró la mejor de sus sonrisas y saludó con cortesía antes de salir al pasillo:
         —Buenos días.
         —Bu... buenos días —le contestó el leguleyo, mientras la seguía con la vista, hasta que abandonó la estancia.
         A continuación nos miró, formulando una muda pregunta. Nosotros nos limitamos a mantener el gesto educado, como si fuera lo más normal del mundo tener una entrada a Narnia en los sótanos de la Comisaría General de Policía Judicial. Tentado estuve de decirle que posiblemente se había equivocado de planta en nuestro ascensor dimensional, pero supe morderme la lengua a tiempo, sobre todo porque parecía que no sabía de dónde había aparecido.

         El hombre salió convencido de que algo muy raro ocurría allí y nosotros tuvimos que disimular como mejor pudimos nuestras ganas de partirnos de risa allí mismo.

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