"Las drogas son malas",
nos meten en la cabeza desde niños, aunque algunos durante la adolescencia
cambian de opinión para entrar en una senda de autodestrucción que siempre
acaba muy mal.
Algunos
opinan que las drogas "blandas" son menos dañinas... Yo,
personalmente, lo dudo, una vez visto lo visto. Pero claro, admito que no soy
muy objetivo en ese tema: no fumo, no bebo, ni siquiera tomo cafeína... y mi
vida es plena sin todo ello, posiblemente más que quien lo consume (o, por lo
menos, igual).
Aquel
día nos dirigíamos a una casa situada en una hermosa localidad de la costa
desde la que se habían intercambiado un montón de imágenes de pornografía
infantil con un tipo situado en el norte de Europa, cuya detención había
propiciado la operación.
Llamamos
a la puerta, que se entreabrió ligeramente: no estaba cerrada. Extraño...
—¿Hola?
¿Hay alguien? —preguntamos, un poco extrañados por la situación.
Sí,
sí que lo había. Esperándonos, cuando se acabó de abrir la hoja, un perrazo
gigantesco: un alaska malamute que me llegaba casi hasta la cintura. Tragué
saliva. Me encantan los animales y me suelo llevar bien con ellos... pero no sé
cómo puede reaccionar un bicho así al invadir su territorio. No tendría que
haberme preocupado mucho: me miraba con unos ojos vidriosos y con una actitud
de "pasad, que a mí me la suda todo"...
Al
instante acudió el morador (con sus rastas y todo) al que le comunicamos el
motivo de la diligencia. Se le abrieron los ojos como platos: en la vida se
había dedicado a tal menester. Su actitud se parecía bastante a la del
chucho... y los ojos, también. El olorcillo que había agarrado a las paredes ya
nos dejaba intuir por dónde iban los tiros en aquella casa...
—La
puerta no estaba cerrada porque no creo que las barreras, ¿saben, agentes? Aquí
puede entrar y salir quien lo desee. También mi conexión a Internet. Cuando
tengo invitados, pueden usarla sin restricciones. ¿Quién soy yo para poner
contraseña a mi wi-fi?
Así,
pues, iniciamos la inspección de los ordenadores. Era una época en la que
todavía los monitores "cabezones", los CRT eran los más extendidos.
Pocos planos se encontraban en los hogares. Encima del suyo había un montón de
figuritas, entre ellas un enorme gato de peluche tumbado.
Después
de un rato, con cinco personas metidas en la pequeña habitación, el peluche
recogió la pata y abrió los ojos... igual de vidriosos que el perro o el dueño,
ya puestos. Nos miró con cara de "cuánta gente, ¿no? Me importa un
bledo" y, parsimoniosamente, bajó al teclado, de ahí a mis rodillas y al
suelo, desde donde salió caminando con tranquilidad felina mientras todos,
menos el dueño, observábamos la curiosa actitud de todas las mascotas de aquel
piso.
Efectivamente,
no encontramos nada de lo que buscábamos... pero sí un par de kilos de hachís
(¡qué sorpresa!) troceado y listo para su venta, junto con una balanza de
precisión. Tuvimos que interrumpir la diligencia para solicitar al juzgado una
ampliación de mandamiento (si buscas pornografía infantil no puedes intervenir
drogas). Intentó justificar que era para autoconsumo... pero una cantidad tan
elevada, troceada y la presencia de elementos para pesarla actuaban en su
contra.
Al
final nos fuimos con la sensación de que allí se colocaban todos, animales
domésticos incluidos y, dado lo impregnadas que estaban las paredes, hasta
nosotros si hubiéramos seguido por más tiempo.
El
tema acabó con una condena por un delito contra la salud pública. El tema de
los menores se archivó. Muy posiblemente lo hiciera alguno de esos desconocidos
a los que invitaba. Espero que haya aprendido la lección y ya tenga su conexión
cifrada.
O
no. Como tampoco le importa demasiado...
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