martes, 17 de junio de 2014

El peculiar registro en casa de un fumeta

"Las drogas son malas", nos meten en la cabeza desde niños, aunque algunos durante la adolescencia cambian de opinión para entrar en una senda de autodestrucción que siempre acaba muy mal.
         Algunos opinan que las drogas "blandas" son menos dañinas... Yo, personalmente, lo dudo, una vez visto lo visto. Pero claro, admito que no soy muy objetivo en ese tema: no fumo, no bebo, ni siquiera tomo cafeína... y mi vida es plena sin todo ello, posiblemente más que quien lo consume (o, por lo menos, igual).
         Aquel día nos dirigíamos a una casa situada en una hermosa localidad de la costa desde la que se habían intercambiado un montón de imágenes de pornografía infantil con un tipo situado en el norte de Europa, cuya detención había propiciado la operación.
         Llamamos a la puerta, que se entreabrió ligeramente: no estaba cerrada. Extraño...
         —¿Hola? ¿Hay alguien? —preguntamos, un poco extrañados por la situación.
         Sí, sí que lo había. Esperándonos, cuando se acabó de abrir la hoja, un perrazo gigantesco: un alaska malamute que me llegaba casi hasta la cintura. Tragué saliva. Me encantan los animales y me suelo llevar bien con ellos... pero no sé cómo puede reaccionar un bicho así al invadir su territorio. No tendría que haberme preocupado mucho: me miraba con unos ojos vidriosos y con una actitud de "pasad, que a mí me la suda todo"...
         Al instante acudió el morador (con sus rastas y todo) al que le comunicamos el motivo de la diligencia. Se le abrieron los ojos como platos: en la vida se había dedicado a tal menester. Su actitud se parecía bastante a la del chucho... y los ojos, también. El olorcillo que había agarrado a las paredes ya nos dejaba intuir por dónde iban los tiros en aquella casa...
         —La puerta no estaba cerrada porque no creo que las barreras, ¿saben, agentes? Aquí puede entrar y salir quien lo desee. También mi conexión a Internet. Cuando tengo invitados, pueden usarla sin restricciones. ¿Quién soy yo para poner contraseña a mi wi-fi?
         Así, pues, iniciamos la inspección de los ordenadores. Era una época en la que todavía los monitores "cabezones", los CRT eran los más extendidos. Pocos planos se encontraban en los hogares. Encima del suyo había un montón de figuritas, entre ellas un enorme gato de peluche tumbado.
         Después de un rato, con cinco personas metidas en la pequeña habitación, el peluche recogió la pata y abrió los ojos... igual de vidriosos que el perro o el dueño, ya puestos. Nos miró con cara de "cuánta gente, ¿no? Me importa un bledo" y, parsimoniosamente, bajó al teclado, de ahí a mis rodillas y al suelo, desde donde salió caminando con tranquilidad felina mientras todos, menos el dueño, observábamos la curiosa actitud de todas las mascotas de aquel piso.
         Efectivamente, no encontramos nada de lo que buscábamos... pero sí un par de kilos de hachís (¡qué sorpresa!) troceado y listo para su venta, junto con una balanza de precisión. Tuvimos que interrumpir la diligencia para solicitar al juzgado una ampliación de mandamiento (si buscas pornografía infantil no puedes intervenir drogas). Intentó justificar que era para autoconsumo... pero una cantidad tan elevada, troceada y la presencia de elementos para pesarla actuaban en su contra.
         Al final nos fuimos con la sensación de que allí se colocaban todos, animales domésticos incluidos y, dado lo impregnadas que estaban las paredes, hasta nosotros si hubiéramos seguido por más tiempo.
         El tema acabó con una condena por un delito contra la salud pública. El tema de los menores se archivó. Muy posiblemente lo hiciera alguno de esos desconocidos a los que invitaba. Espero que haya aprendido la lección y ya tenga su conexión cifrada.

         O no. Como tampoco le importa demasiado...

No hay comentarios:

Publicar un comentario