De
manera excepcional hoy voy a contar una historia en la que no estuve presente.
Era una investigación mía y tendría que haber estado en ella, pero los avatares
del destino (y la cantidad de trabajo) quiso que fuera el que entonces era mi
jefe quien tuvo que acudir a la fase ejecutiva, acompañado de varios miembros
de la Brigada de Policía Judicial de la provincia en la que ocurrió.
Fue
una operación muy bonita, una de las primeras (han pasado casi diez años) en
que actuamos como una suerte de "agente encubierto", metiéndonos en
ciertos sitios (hoy casi desaparecidos) donde los pedófilos intercambiaban su
material con impunidad. El tipo del que os quiero hablar hoy nos envió varios
archivos de indubitada pornografía infantil. La investigación lo centró en un
pueblo muy pequeñito del interior y para allá fueron los responsables del
dispositivo.
Llegaron
con las primeras luces del alba y la aldea estaba vacía. Solo la trémula luz de
las farolas y algún gato temeroso rompía la quietud de una localidad que parecía
detenida en el tiempo. Nadie salió a preguntar qué hacíamos allí cuando los
agentes llamaron a la puerta. Abrió una mujer muy mayor, encorvada y llena de
arrugas. Era la madre del sospechoso, que pasaba de los cuarenta y no se le
conocía pareja estable. Ambos vivían juntos, algo muy típico en los
consumidores de imágenes sexuales sobre menores.
Dos
compañeros entretuvieron a la anciana para que no supiera la verdadera
naturaleza de nuestra presencia allí, mientras los demás, junto con el
secretario judicial, realizaban la diligencia. El investigado reconoció los
hechos y se ofreció a colaborar del todo siempre que su progenitora se quedase
al margen. Temía que del disgusto pudiera quedarse en el sitio. A nosotros nos
pareció un trato justo. Pero, como ya hemos dicho en tantas ocasiones, una
madre es una madre y es difícil de engañar.
Acabaron
la inspección y se llevaron los discos duros y otros soportes que contenían los
archivos ilegales.
—Solo
les pido un favor más —les rogó, antes de salir—. Este es un pueblo muy pequeño
y si se enteran de que me llevan detenido, más aún el motivo, no podré volver
jamás. Ya saben que yo nunca he tocado a un niño, ya es bastante cruz. Y no les
digo nada mi madre...
De
nuevo se le concedió el deseo. Como ya he contado en el pasado, no es nuestra
labor humillar a nadie, sino tratarle como menos perjudique a sus intereses.
Sí, aunque sea un pedófilo. O lo que sea.
Así
pues, la comitiva estaba dispuesta a marcharse en los dos coches que habían
traído cuando, de repente, se abre el balcón principal de la casita en la que
vivían, situada en el mismo centro del pueblo, y sale la anciana mujer,
chillando como un gorrino y agitando las manos en alto.
—¡Vecinos!
¡Vecinos! ¡Mi hijo!
Ante
los gritos, las luces de otras casas se empiezan a encender y algunas persianas
se levantan con timidez. Un tractor que pasaba frena en seco al ver a una
convecina en apuros.
—¡Mi
hijo! ¡Que se lo llevan! ¡Que se lo lleva la Policía!
Algunas
caras empiezan a mirarnos con ojos torvos. Supongo que alguno estaría
preparando la hoz y la antorcha, como en Los Simpsons. Claro que la actitud
cambió radicalmente ante las siguientes palabras de la provecta dama:
—¡Se
lo llevan por lo de los niños! ¡Porque le gustan los niños!
—¡Hostia!
—exclamó el conductor de uno de los coches.
—¡Dale,
dale! —le apremió mi jefe—. ¡Sal de aquí que nos lo linchan!
Las
miradas torvas cambiaron rápidamente de la Policía al detenido. El peligro era
bastante mayor, porque ese tipo de delincuentes están bastante mal mirados en
todas partes, así que se apresuraron en coger carretera de vuelta a la capital
de la provincia.
—¿Creen
ustedes que iré a la cárcel?
—Eso
depende de muchas cosas —le intentó explicar el inspector—. El procedimiento es
complejo y...
—Es
quiero ir a la cárcel. Así estudiaré una carrera y por fin seré alguien de
provecho, como quiere mi madre.
Se
quedaron sin palabras, claro... Le costó un rato poder decirle:
—Eso
háblalo con tu abogado, anda. Seguro que te sabe orientar.
Ni
que decir tiene que madre e hijo se tuvieron que mudar a otro pueblo a las
pocas semanas.
Y,
por cierto, el individuo acabó condenado pero no entró en prisión. En el juicio
fue la primera vez que le vi la cara y no creo que sea del tipo que reincide.
A
veces uno se queda con sensación agridulce... que no todos los malos son tan
malos. Puede que tan solo estén equivocados.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar