lunes, 23 de enero de 2017

¿Prohibimos o permitimos hablar con libertad en Internet?

         Hace pocos días nos hemos despertado con la condena al cantante César Strawberry por seis tuits en los que el Tribunal Supremo ha querido ver una apología del terrorismo. Desde luego, no son elegantes. Incluso pecan de groseros, zafios o hasta inmorales pero ¿son delictivos? ¿Lo hubieran sido si los hubiera soltado en una fiesta con sus amigos? Una buena parte de la sociedad que pulula por las redes sociales —que, no nos equivoquemos, no es representativa de la totalidad de España— se lanzó de inmediato a defenderle, a hablar de exageraciones y de dictadura encubierta.


         Hoy ha muerto Bimba Bosé, tras una lucha de dos años contra el cáncer. Tenía 41 años. Era más joven que yo. Su tío Miguel ha puesto un precioso mensaje de despedida y recuerdo. Unos cuantos tuiteros han respondido con groserías muy crueles y, desde luego, fuera de lugar. Hete aquí que los mismos que defendían la libertad de desear un secuestro por parte de César Strawberry claman por el enjuiciamiento y hasta linchamiento de quien desea masturbarse con un cadáver. ¿Entonces? ¿En qué quedamos?
         Gobernar a cuarenta y seis millones de personas es complejo y el derecho penal es muy rígido y, de hecho, es subsidiario —esto es, solo se aplica cuando todos los demás han fallado—. Las normas son claras: las injurias a las víctimas del terrorismo son perseguibles de oficio —aunque ellas no quieran, como EduardoMadina—, mientras que a un particular cualquiera, no. Es necesario que el agraviado presente una querella ante los juzgados de instrucción de su localidad. Y además tenemos el problema de que los muertos, como ya pasó con Isabel Carrasco en León, no tienen personalidad jurídica. Es decir, no tienen honor y no pueden ser injuriados…
         Hoy no quiero hablar de las leyes, sino de la actitud humana, de la piel fina que comenté hace un tiempo ya en Facebook. Ahondando un poco más, me preocupa la colisión de derechos. ¿Hacia dónde queremos avanzar? ¿Es legítimo decir barbaridades, siempre que no se amenace, coaccione o calumnie? ¿Debemos poner la buena educación como norma fundamental de conducta en Internet, con castigos, incluso, a quien no la cumpla?
         No tengo una respuesta clara, porque todos tenemos nuestras filias y fobias y a todos nos duelen más unos insultos que otros —algunos hasta jalean las malas palabras si son al que piensa diferente—. Lo que sí que tengo claro es que el criterio ha de ser el mismo. No se puede enfadar uno por lo mismo que al día siguiente ocurre al revés. Si no, no estamos hablando de equidad o de justicia, sino de bandos y enfrentamientos.

         Y ahí, queridos amigos, a mí no me veréis. Así que si tu opinión sobre cómo tratar a otro ser humano depende de lo que vote, quizá deberías plantearte tu calidad como persona. 

domingo, 8 de mayo de 2016

La historia de la Policía que las televisiones deberían conocer


       Victor Ross, El Ministerio del Tiempo, El Caso... tres series muy cuidadas de Televisión Española que he seguido con desigual interés (mucho por las dos últimas, poco por la primera). Todas tienen algo en común, aparte de la cadena en que la emiten: su falta de rigor en la historia de la Policía en España.

         Hay muchas cosas que puedo perdonar en aras de una mayor comprensibilidad para el público (interrogatorios a dos sospechosos JUNTOS, por ejemplo) o bien por motivos de presupuesto (unos uniformes que no sean totalmente exactos, aunque sí buenas aproximaciones o armas diferentes a las reglamentarias, muy difíciles de encontrar en algunos casos), pero cuando lo que falla es la simple documentación... entonces es que estamos ante un caso de desidia.
         No hago de cagadas mayúsculas como la fracasada serie de "Los 80" que emitió Telecinco allá por 2004. En uno de los seis capítulos que duró salían unos maderos de 1981 vestidos ¡¡de azul y blanco!! El rigor no era el fuerte de aquel programa, ya que hasta la ropa interior que mostraba era a las claras moderna. Aquello era lo que era y por eso se emitió como se emitió.
         Me duelen cosas como que en el Ministerio del Tiempo se llame "detective" al personaje de Hugo Silva, un policía de paisano del año 82. Debería ser "inspector".
         Hablo de cosas como que en Victor Ross o en la mencionada en el párrafo anterior salgan "los chapas" vistiendo uniforme para ceremonias. No existía tal cosa en el "Cuerpo de Vigilancia" ni en el "Cuerpo Superior de Policía".
         Hablo de la denigrante placa que aparece en El Caso —¡tan cuidada en todo lo demás!— con el rótulo "Cuerpo de Policía Nacional"—. ¿Tan pronto hemos olvidado? en 1966 había dos independientes: el "Cuerpo de Policía Armada y de Tráfico" —los famosos grises— y el "Cuerpo General de Policía". No trabajaban juntos. No se regían por las mismas normas. Colaboraban, claro, porque el ámbito de actuación era el mismo, pero nada más.
         ¿Tanto cuesta leer un libro? ¿Consultar la wikipedia? ¿Contratar a un experto, que los hay baratos? Echemos un ojo a la Historia de nuestra Policía:
         La Policía moderna se crea por real orden del rey Fernando VII allá por 1824, como un cuerpo de naturaleza civil que dependía del Ministerio de Gobernación. Se adelantó en veinte años a la Guardia Civil del Duque de Ahumada, cuyo propósito ambivalente era muy distinto en aquella época: "ocupación" militar del territorio nacional ante los conflictos rurales, como las guerras carlistas.
         En 1877, la Policía se dividió en dos cuerpos diferenciados que seguirían estándolo hasta 1986, ciento nueve años después: el de Vigilancia, de paisano, sin uniforme, que hacían labores de investigación, bien preventiva, bien reactiva y técnico-periciales y el de Seguridad, de uniforme y con grados y disciplina militar, aunque de naturaleza civil. Los primeros no vestían jamás de uniforme PORQUE NO LO TENÍAN. Es como si a un maestro de escuela le pusieran uniforme de bombero: está mal, es incorrecto.
         Durante el franquismo, el cuerpo de Vigilancia se convirtió en Cuerpo General de Policía y el de Seguridad en Policía Armada y de Tráfico. Con la militarización de toda la vida española era obvio que ese segundo adquiría una naturaleza marcial de la que carecía hasta entonces. En el 78, tras la muerte del dictador, los nombres cambiaron: Cuerpo Superior de Policía el primero y Policía Nacional el segundo, ya sí, aunque nada que ver con la actual. Solo en 1986 se unificaron por fin, con los lógicos problemas de integración de dos organismos de naturaleza tan diferente —de hecho, la mayoría de jefes de la Policía Nacional se integraron en las Fuerzas Armadas en vez de hacerlo en el nuevo Cuerpo—.

         ¿Cómo es posible que hayamos olvidado nuestra historia en tan pocos años? Estoy seguro que los guionistas y creadores de televisión no han hecho esas búsquedas porque no se les ha ocurrido que pudiera ser de otra manera. Es una pena ese desprecio por nuestra historia. Ojalá cambie en el futuro.

martes, 15 de marzo de 2016

La buena acción del día #HistoriasPoliciales


         Tampoco es que sea nada importante, pero hoy me hace ilusión contarla. Además, si a alguno os pasa, ya sabréis cómo actuar.
         Después de volver de trabajar, como cada medio día, he bajado a Dualla a que trotase un poco por el parque. Vivo en una zona rodeada de ellos, así que tengo donde elegir. El azar me ha llevado a uno que bordea varios campos de fútbol. En un momento determinado, se ha puesto así:


         No le he hecho demasiado caso. Con cualquier novedad se sorprende. Hasta que he reparado en que había una moto apoyada en una valla, en un sitio poco accesible. Solo los que paseamos perros nos fijamos en sitios así. Al principio me ha parecido que la habría dejado alguien poco cívico mientas hacía algún recado, pero había una serie de señales extrañas. En primer lugar, estaba fuera de cualquier ruta lógica. No hay cerca casas ni negocios. Si fuera de alguien que estuviera pasando un rato con su pareja o mirando las cotorras invadir la ciudad (de las que vuelan, digo, de las otras ya estamos invadidos) estaría cerca. Así que me he acercado a mirarla de cerca:
        

         La moto olía a pintura barata negra, que no cubría bien los colores originales que asomaban por debajo: rojo y azul. Su estado general era aceptable, hasta llegar al clausor, que mostraba indicios claros de estar forzado, con una hendidura longitudinal y abolladura en el centro. Vamos, que todo indicaba que estaba robada, así que —y aquí viene el milagro maravilloso— he hecho lo que a nadie se le había ocurrido antes: llamar al 091. La policía que me ha atendido, amable y profesional, enseguida me ha confirmado que el vehículo estaba robado. Su dueño había denunciado la sustracción esa misma mañana, después de dejarla bien aparcada la noche anterior.
         Así, pues, la Sala ha despachado un vehículo zeta que pronto se ha presentado y se han hecho cargo del asunto. En menos de media hora desde que han aparecido, el dueño, un chaval, ha llegado más ilusionado que enfadado y todo ha acabado bien.
         Luego, hablando con otros dueños de perros, me han contado que han visto la moto ahí desde al menos las siete de la mañana. A nadie se le ha ocurrido descolgar el teléfono. Cuesta poco esfuerzo y haces feliz a alguien. Seguro que en caso contrario todos querríamos que recuperasen nuestro vehículo.
         ¿Y la moraleja? Que llamar al 091 cuesta muy poco y estás ayudando a alguien. Que si todos fuésemos un poco más solidarios, mejor nos iría.


         *Una pequeña licencia me he permitido: por mi condición, he llamado a un compañero antes que me ha confirmado que la motocicleta estaba sustraída. La mayor parte de los mortales no tenéis ese privilegio, pero tampoco es necesario. Y paseando al perro ni siquiera he perdido tiempo porque de todas formas iba a estar en la calle.

viernes, 29 de enero de 2016

La jubilada y el ladrón de móviles #HistoriasPoliciales

         Era una mañana bastante fresca de enero en Zaragoza, con un suave viento —que es lo mínimo que hace en esa ciudad sin que caiga la niebla cerrada—. Cerca de la Ronda de la Hispanidad, un lugar bastante poco transitado, caminaba una maestra jubilada, dando uno de sus habituales paseos que la llevaban hasta donde sus pies quisieran.
         Cuando alzó la vista, vio que salía humo de lo alto de un edificio. La chimenea estaba en llamas. Incrédula pero confiada, como siempre había sido, se vuelve hacia un chaval de veintipocos años, español, que la seguía a muy corta distancia.
         —Oye —le preguntó, con su soltura habitual— ¿no te parece que hay un incendio allí?
         El interpelado se sobresaltó un poco antes de recomponerse, pararse junto a la sexagenaria y mirar a donde le indicaba.
         —Bueno, parece que ya se está apagando, ¿no cree?
         La señora comprobó que, en efecto, el conato se extinguía por sí mismo. Tras unos pocos segundos, le dedicó una sonrisa apaciguadora al joven que, sin previo aviso, se aleja a la carrera. La jubilada se extrañó. Tan fea no era. ¿Quizá le olía mal el aliento? Justo entonces, ya a unos diez metros, reparó en que llevaba en la mano su móvil —el de ella, digo, que si fuera el de él poca alarma sería—. En una reacción muy típica de ella, en vez de quedarse bloqueada, antes siquiera de pensar lo que hacía, se lanzó a correr tras un muchacho al que triplicaba la edad.
         El ladronzuelo, sorprendido, apretó el paso y alargó la zancada. Para su sorpresa, no conseguía aumentar la distancia.
         —¡Eh! —le gritaba la mujer, sin aflojar la marcha — ¡Espera! ¡Que es mío! ¡Oye!
         Dessperado, decidió coger la calle Duquesa Villahermosa, que hace una cuesta más que notable, confiando en que su juventud le daría ventaja en tal situación. Craso error. No solo no conseguía despegarse, sino que hasta parecía que se acercaban. Y sin dejar de oír los ruegos:
         —¡Es que lo necesito! ¡No te vayas! ¡Mi teléfono! ¡Que no es tuyo!
         Asombrado por la situación, llegó a Vía Universitas, donde ya hay mayor presencia de ciudadanos, lo que hacía la inaudita persecución bastante más improbable de acabar con bien para él.
         —¡Chico! ¡No te vayas! ¡Oye! ¡Que de verdad, que lo necesito! ¡No me lo quites! ¡Espera! —continuaba, incansable, la dinámica jubilada.
         La primera persona que se cruzó de frente era una estudiante de unos dieciséis años.
         —¡Páralo! ¡Que me ha robado! —le rogó la mujer.
         Poco éxito. Asustada por el feroz aspecto del chorizo, se limitó a quedarse muy quietecita contra la pared, apretando contra su pecho la carpeta que llevaba en las manos.
         Había más peatones hacia delante, así que el buena pieza se sintió perdido y, vencido, arrojó el botín a un lado sin cejar nunca en su loco correr. Como suponía, la incesante perseguidora se detuvo a recuperarlo y así pudo por fin escapar.
         Supongo que todavía hoy se preguntará con qué especie de atleta se había topado. Pues tan solo era mi madre, que cuando se le mete algo entre ceja y ceja nunca hay manera de sacárselo de la cabeza. Aunque sea recuperar su teléfono.

         —Es que tenía muchas fotos dentro, hijo, y no las había pasado al ordenador —fue su explicación, como si fuera lo más normal del mundo...

miércoles, 18 de noviembre de 2015

El Estado Islámico no busca jóvenes religiosos

     Estoy leyendo mucho sobre islamismo para el libro que estoy escribiendo ahora. Entre otros textos, ha caído en mis manos un manual del "arte del reclutamiento", recopilado por un tal Abu Amru Al Qa'idy. Es sorprendente lo que se puede aprender de él y cómo encaja con lo que estamos viendo día a día, si rascamos un poco en la superficie y vemos la realidad que subyace.
         Es habitual leer en la prensa que un yihadista europeo cualquiera era un pequeño delincuente con antecedentes —normalmente por tráfico de drogas o robos— y "de repente", un día "se hace religioso y se radicaliza". Eso es un poco raro, ¿no? ¿Y cómo es que el mismo patrón se repite una y otra vez? Pues porque es el perfil que están buscando.
         Una de las primeras advertencias que hace el manual es que no se busque a personas formadas en el Islam y el Corán, porque van a poder rebatir con argumentos sólidos las soflamas de la falsa yihad que predican ellos y eso puede incluso hacer dudar al reclutador, no digamos ya al resto de futuros "mártires". En lugar de eso, sugiere que se busque a jóvenes que se sientan abandonados por la sociedad —y la familia, a poder ser— dado que son los más fáciles de conducir hacia el odio y darles un propósito vital. También aconseja que no sean especialmente brillantes, puesto que, cuanto menos inteligentes, más fácil es manipularlos —eso sin contar con que la juventud es uno de los momentos en que más influenciables somos—. Por supuesto, mejor con antecedentes, puesto que esos ya han roto la barrera de lo moral y legalmente correcto y será más fácil que lo vuelvan a hacer.
         Por ello no hay que esperar otra cosa en nuestro entorno. Diferentes son las zonas en guerra —Siria, Iraq—, donde el perfil es diferente del todo, por motivos obvios.

         Y no, el Islam no es una "religión de paz". Quienes lo suele decir son musulmanes que no han leído su libro sagrado y solo siguen por inercia sus costumbres, como tantos cristianos en occidente. Pero tampoco el Islam es lo que el EI y antes que ellos Al Qaeda hacía y hace.

viernes, 2 de octubre de 2015

El 80% de pederastas pueden quedar impunes con la reforma de la LECRIM

         El Congreso ha aprobado una reforma de la vetusta Ley de Enjuiciamiento Criminal (es de 1882). En ella introduce apartados muy necesarios para la investigación de delitos a través de Internet que serán muy bienvenidos.
         Lo preocupante es que, al mismo tiempo, los políticos han añadido una serie de artículos para protegerse de las investigaciones contra la corrupción. Uno de ellos es cuestión de semántica: el cambio de la palabra "imputado" por "investigado", para evitar el desprestigio que dicho término causa a los corruptos. En dos meses, el menoscabo de la una habrá pasado a la otra y todo seguirá igual.
         Más grave es el recorte de los plazos. Cansados de que los juzgados tengan tiempo para investigar y que ello saque los trapos sucios de los partidos y de los que los componen, han reducido el tiempo que tiene un juez a seis meses para investigar una causa sencilla y al triple para una compleja. Este tiempo se puede prorrogar por otro de igual duración si lo proponen alguna de las partes (fiscal, acusación, abogado...), pero no el propio juez de instrucción. Aquí tenemos dos piedras en una: algunas pruebas tardan más de ese periodo y, de paso, si por motivo de plazos una solicitud de prórroga no llega a tiempo, todo el asunto se cerrará y los corruptos podrán irse a casita incólumes.
         En su afán de protegerse (de evitar nuevas Púnicas, Gúrtels o EREs) han olvidado los daños colaterales que van a causar: cualquier investigación contra la pederastia online (y de la mayoría de delitos tecnológicos) dura más de seis meses y, a menudo, de dieciocho. Cada vez que se piden mandamientos, necesarios en España —al contrario que en la mayoría de nuestro entorno— para conocer el titular de una IP, pasan semanas hasta que el Juzgado puede responder (están saturados de trabajo) y, a veces, meses hasta que la operadora en cuestión responde.
         No solo eso: cada investigación da lugar a un registro domiciliario o más y el análisis del material encontrado, si se quiere hacer bien, puede tardar seis o siete meses, eso dedicando personal en exclusiva y contando que no haya demasiados discos duros.
         Si del análisis de ese material, como es habitual, se desprende en hallazgo de nuevos abusadores de niños, va a ser imposible enjuiciarlos. ¿Realmente es eso lo que querían conseguir?
         La solución a la lentitud de la Justicia en España va por otro lado. El primero, dotar de MEDIOS adecuados, tanto humanos como materiales (que todo se haga mediante papel, fax y telegramas es inconcebible: debería estar informatizada cada conexión entre juzgados y con la Policía).

         El segundo, algo tan SENCILLO y que lleva implantado en nuestro entorno AÑOS como los acuerdos antes durante la instrucción, algo que se empezó a implementar, a medias y con timidez, con los juicios rápidos e inmediatos: si acusación y defensa están de acuerdo, deberían poder evitar el juicio oral ANTES de que se celebre. Con eso se iban a quitar de en medio el 70% de causas sin molestias y ahorrando tiempo a la Administración de Justicia y al resto de partes (testigos, policías, etc).

martes, 8 de septiembre de 2015

La reparación más cara de la historia (proporcionalmente)

         
         Antes de ser policía trabajé (como casi todo el mundo) en muchas otras cosas. Una de ellas, y de las más interesantes, a pesar del poco tiempo que duré —ya había aprobado la oposición y solo estuve hasta entrar en Ávila— fue en el servicio técnico de una importante empresa de ordenadores. Era un empleo divertido, que me llevaba de un lado a otro de la provincia de Zaragoza en una furgonetilla de lo más apañada. Visitaba desde granjas que tenían nidos de ratoncitos dentro de la torre (claro, al calor del cacharrete estaban a gusto) hasta empresas urbanas donde un jefe no encendía un ordenador, porque tenía un subordinado que lo hacía...
         En una de esas, entró un aviso de una familia a la que no le funcionaba la voz de su PC recién comprado. Me agencié una tarjeta de sonido nuevecita, las herramientas... y carretera, porque estaba en un pueblo. Según el telefonista que les había atendido, ellos daban fe de que todo estaba correcto, a pesar de que se les había avisado de que se les facturaría si la causa era imputable a ellos, por mucho que el cacharro estuviera en garantía.

         Total, que tras una hora de coche, me planto en la casita y, tras la bienvenida de rigor, acudo a la salita donde tienen el equipo. Antes de instalarlo comienzo con algunas comprobaciones básicas: que los altoparlantes están encendidos, que los drivers estén bien instalados, que no haya ninguna señal de dispositivo defectuoso en Windows... Todo bien. Pongo algo de música... y nada, no suena. Qué raro. Demasiado raro. ¿Es posible que sea algún tipo de avería que no la diagnostica?
         Así, pues, me tiro al suelo a abrir la torre para cambiar la pieza defectuosa y reparo en un pequeño detalle. Los colores de los conectores jack de micrófono y altavoces no coinciden con los de la placa. Será posible qué...
         —Señora, voy a volver a encender el ordenador, si no le importa...
         De nuevo en marcha, cambio las clavijas, vuelvo a darle al play y... tadaaaa, todo arreglado.
         Entonces vino el momento de escribir la nota de trabajo. ¿Cómo redactar en qué ha consistido la reparación sin dejarlos como tontos? Estrujándome la mente para contarlo de una manera pomposa y al mismo tiempo sin faltar a la verdad.
         Al final, por "reparación efecutada: cambiar conectores de sitio" les facturaron tres horas de trabajo (una de ida, una de vuelta y una en el terreno, lo mínimo) a razón de ocho mil pesetas hora, más los doscientos kilómetros de desplazamiento. Más de treinta mil pesetas del año 2002 por mover una puta clavija de sitio.

         Yo no sé si me odiarían mucho. Desde luego, sentí vergüenza de aquel hostiazo que les metieron —que es lo que cobraba la empresa, no lo que me pagaban a mí, que ya me gustaría—. La verdad es que no podían decir que no se les hubiera advertido...