Antes de ser policía trabajé (como
casi todo el mundo) en muchas otras cosas. Una de ellas, y de las más
interesantes, a pesar del poco tiempo que duré —ya había aprobado la oposición
y solo estuve hasta entrar en Ávila— fue en el servicio técnico de una
importante empresa de ordenadores. Era un empleo divertido, que me llevaba de
un lado a otro de la provincia de Zaragoza en una furgonetilla de lo más
apañada. Visitaba desde granjas que tenían nidos de ratoncitos dentro de la
torre (claro, al calor del cacharrete estaban a gusto) hasta empresas urbanas
donde un jefe no encendía un ordenador, porque tenía un subordinado que lo
hacía...
En una de esas, entró un aviso de
una familia a la que no le funcionaba la voz de su PC recién comprado. Me
agencié una tarjeta de sonido nuevecita, las herramientas... y carretera, porque
estaba en un pueblo. Según el telefonista que les había atendido, ellos daban
fe de que todo estaba correcto, a pesar de que se les había avisado de que se
les facturaría si la causa era imputable a ellos, por mucho que el cacharro
estuviera en garantía.
Total,
que tras una hora de coche, me planto en la casita y, tras la bienvenida de
rigor, acudo a la salita donde tienen el equipo. Antes de instalarlo comienzo
con algunas comprobaciones básicas: que los altoparlantes están encendidos, que
los drivers estén bien instalados, que no haya ninguna señal de dispositivo
defectuoso en Windows... Todo bien. Pongo algo de música... y nada, no suena.
Qué raro. Demasiado raro. ¿Es posible que sea algún tipo de avería que no la
diagnostica?
Así,
pues, me tiro al suelo a abrir la torre para cambiar la pieza defectuosa y
reparo en un pequeño detalle. Los colores de los conectores jack de micrófono y
altavoces no coinciden con los de la placa. Será posible qué...
—Señora,
voy a volver a encender el ordenador, si no le importa...
De
nuevo en marcha, cambio las clavijas, vuelvo a darle al play y... tadaaaa, todo arreglado.
Entonces
vino el momento de escribir la nota de trabajo. ¿Cómo redactar en qué ha
consistido la reparación sin dejarlos como tontos? Estrujándome la mente para contarlo
de una manera pomposa y al mismo tiempo sin faltar a la verdad.
Al
final, por "reparación efecutada: cambiar conectores de sitio" les
facturaron tres horas de trabajo (una de ida, una de vuelta y una en el
terreno, lo mínimo) a razón de ocho mil pesetas hora, más los doscientos
kilómetros de desplazamiento. Más de treinta mil pesetas del año 2002 por mover
una puta clavija de sitio.
Yo
no sé si me odiarían mucho. Desde luego, sentí vergüenza de aquel hostiazo que
les metieron —que es lo que cobraba la empresa, no lo que me pagaban a mí, que
ya me gustaría—. La verdad es que no podían decir que no se les hubiera
advertido...
Ains, esas cosas siguen pasando hoy en día con tanta frecuencia...
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