martes, 8 de septiembre de 2015

La reparación más cara de la historia (proporcionalmente)

         
         Antes de ser policía trabajé (como casi todo el mundo) en muchas otras cosas. Una de ellas, y de las más interesantes, a pesar del poco tiempo que duré —ya había aprobado la oposición y solo estuve hasta entrar en Ávila— fue en el servicio técnico de una importante empresa de ordenadores. Era un empleo divertido, que me llevaba de un lado a otro de la provincia de Zaragoza en una furgonetilla de lo más apañada. Visitaba desde granjas que tenían nidos de ratoncitos dentro de la torre (claro, al calor del cacharrete estaban a gusto) hasta empresas urbanas donde un jefe no encendía un ordenador, porque tenía un subordinado que lo hacía...
         En una de esas, entró un aviso de una familia a la que no le funcionaba la voz de su PC recién comprado. Me agencié una tarjeta de sonido nuevecita, las herramientas... y carretera, porque estaba en un pueblo. Según el telefonista que les había atendido, ellos daban fe de que todo estaba correcto, a pesar de que se les había avisado de que se les facturaría si la causa era imputable a ellos, por mucho que el cacharro estuviera en garantía.

         Total, que tras una hora de coche, me planto en la casita y, tras la bienvenida de rigor, acudo a la salita donde tienen el equipo. Antes de instalarlo comienzo con algunas comprobaciones básicas: que los altoparlantes están encendidos, que los drivers estén bien instalados, que no haya ninguna señal de dispositivo defectuoso en Windows... Todo bien. Pongo algo de música... y nada, no suena. Qué raro. Demasiado raro. ¿Es posible que sea algún tipo de avería que no la diagnostica?
         Así, pues, me tiro al suelo a abrir la torre para cambiar la pieza defectuosa y reparo en un pequeño detalle. Los colores de los conectores jack de micrófono y altavoces no coinciden con los de la placa. Será posible qué...
         —Señora, voy a volver a encender el ordenador, si no le importa...
         De nuevo en marcha, cambio las clavijas, vuelvo a darle al play y... tadaaaa, todo arreglado.
         Entonces vino el momento de escribir la nota de trabajo. ¿Cómo redactar en qué ha consistido la reparación sin dejarlos como tontos? Estrujándome la mente para contarlo de una manera pomposa y al mismo tiempo sin faltar a la verdad.
         Al final, por "reparación efecutada: cambiar conectores de sitio" les facturaron tres horas de trabajo (una de ida, una de vuelta y una en el terreno, lo mínimo) a razón de ocho mil pesetas hora, más los doscientos kilómetros de desplazamiento. Más de treinta mil pesetas del año 2002 por mover una puta clavija de sitio.

         Yo no sé si me odiarían mucho. Desde luego, sentí vergüenza de aquel hostiazo que les metieron —que es lo que cobraba la empresa, no lo que me pagaban a mí, que ya me gustaría—. La verdad es que no podían decir que no se les hubiera advertido...

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