domingo, 25 de enero de 2015

Los extranjeros que no entienden a nuestra Policía #Historiaspoliciales

         En cierta ocasión nos encontrábamos investigando a un africano que se acostaba con menores a las que pagaba por ello, con mayor o menor voluntad (por parte de las crías, claro...).
         Era un tipo que, en general, no le gustaba respetar ninguna ley española, acostumbrado como estaba a que en su país, amparado en pertenecer a la casta dirigente, podía hacer lo que le diera la gana. Solía llevar los coches que conducía por el carril-bus (de ese que está separado del resto mediante tiburones o hasta el de la Castellana) y tampoco es que hiciera demasiado caso de los semáforos. Aparcaba donde le daba la gana, a menudo causando serios problemas de tráfico... que no le importaban tampoco demasiado. Esos son solo algunos ejemplos porque, igual que actuaba en esto, lo hacía en muchos otros aspectos de su vida que se convirtieron en delictivos.
         En lo que a nosotros respecta, la labor de atraparlo infraganti nos llevó mucho tiempo y esfuerzo, a menudo al viejo estilo, menos tecnológico y más policial: vigilancias, seguimientos, entrevistas, disfraces... El trabajo que curte a un policía y que a menudo los ciudadanos desconocen o no entienden.
         Después de seis meses de trabajo, por fin tuvimos la ocasión: había quedado con una cría en un hotel de cierta ciudad de España y nosotros montamos el dispositivo para poder atraparle en el momento en que el dinero pasara de manos. Para eso teníamos que estar dispuestos hasta en el mismo pasillo donde se encontraba la habitación elegida y, en la puerta, la menor (que no sabía nada de nosotros) esperando...
         En el momento en que pagó, acudimos tres agentes, dos para hacernos cargo de él y una compañera para atender a la adolescente de la forma que le resultase menos traumática.
         Una vez que lo tuvimos bajo custodia, el primero paso era asegurarnos de que no llevase encima nada peligroso, ni para él ni para nosotros, así como incautar cualquier objeto que pudiera resultar relevante para las actuaciones (pendrives, cámaras, etc). Como el pasillo estaba vigilado por cámaras del propio hotel, buscamos un recodo ciego —de nuevo para preservar la intimidad de la que todo detenido goza—. Mientras yo lo controlaba, el compañero, que era quien tenía que cachearlo, se puso los guantes anticorte (negros, de un material similar al cuerpo). En ese momento, el africano se puso a temblar de pies a cabeza.
         —¡No! Os lo diré todo, de verdad. ¡Que no miento!
         Nos miramos con expresión de sorpresa durante un momento. El tipo se había pensado que, fieles a la tradición de su país, le íbamos a zurrar la badana "porque sí", sin reparar en causas ni motivos. Pero claro, esto es España y nosotros somos profesionales y, por tanto, respetuosos con la ley y con aquellos que custodiamos.
         Después del susto inicial se dejó guiar como un corderito (no las tenía todas consigo de que la paliza no viniera después) durante el registro de su vehículo y su ingreso en los calabozos correspondientes. A partir de ahí, su actitud cambió. Como no nos temía, empezó a mentir u ocultar hechos (poco importaba, puesto que teníamos pruebas de cada cosa que había cometido). Eso sí, después del segundo día ingresado, su presencia de ánimo no era la misma.
         Le esperaba una sorpresa más: quedó en liberad con cargos, a la espera de juicio y fue a recoger el vehículo con el que había acudido al hotel. Allí tuvo la sorpresa (qué raro) de que, como lo había dejado en una zona de carga y descarga, la grúa se lo había llevado... Y la cachaza de presentarse en la Comisaría y exigir que le pagásemos la multa, porque había sido "nuestra responsabilidad".

         Ni que decir tiene que nadie le hizo caso...

domingo, 18 de enero de 2015

Cualquier sitio es bueno cuando las ganas aprietan #historiaspoliciales


       Volvamos de nuevo a los tiempos en que estaba en Seguridad Ciudadana, que suele ser la mejor fuente de anécdotas. Es una especialidad complicada, la más cercana al peligro, la menos reconocida y la peor pagada... y también de las más bonitas, la más "policial". Y eso lo dice alguien que está enamorado con la Judicial hasta desde antes de entrar.
         Esto ocurrió una noche oscura, en una zona que pertenecía a mi distrito y que entonces estaba aún sin urbanizar. La vegetación periurbana campaba por sus respetos y gracias que ya no estaba allí el poblado chabolista de unos años atrás. En mitad de toda aquella desolación había una nave industrial en la que habían saltado las alarmas. Por la naturaleza de su trabajo, estaban dentro la mayor parte de la noche, por lo que, si había habido un robo, era posible que hubiera rehenes o heridos. Muchas de las alarmas en aquel tiempo eran falsas (algo así como el noventa por ciento), aunque no dejábamos de acudir a ninguna con la debida celeridad, porque esas cosas son así: una de cada diez es la buena... y aquella fue.
         De noche las calles están vacías, más aún aquellos descampados, así que, si la situación lo permite, no dejamos que vaya una sola patrulla. Otros dos nos quedamos por los alrededores. Los comisionados se encontraron con el panorama de varios empleados atados y amordazados y la cámara de seguridad abierta, así que, de repente, estábamos buscando unos atracadores, quizá armados y con un buen botín.
         A medida que los empleados iban contando sus versiones, nos las contaban por la radio, para ayudar en la búsqueda. En un rato llegaron varias patrullas más, hasta de distritos adyacentes, para ayudar.
         Nosotros iniciamos una batida por la maleza más próxima, por si estaban ocultos, dado que habíamos reaccionado con bastante rapidez y tal vez no habían tenido tiempo de escapar. Otros compañeros cubrieron los accesos a las vías rápidas de salida de la ciudad.
         Así, pues, linterna en mano, recorríamos vericuetos apenas marcados entre arbustos y hierbas altas. Un par de veces nos asustó un conejillo o alguna rata gorda que escapaba de nuestra intrusión en sus dominios... Hasta que algo nos detuvo:
         Fue, como casi siempre, el veterano el que reparó en que, tras unas matas, lo que se movía no era precisamente un roedor, a menos que los hubiera de metro ochenta y setenta kilos de peso. Me hizo una señal y nos separamos, por si había tiros que no pudieran darnos a ambos sin tener que girarse. Hace once años, eso de tener chalecos de dotación era impensable. En todo caso, algún viejo armatoste en el maletero que limitaba mucho la movilidad.
         Con la mano en la pistolera, las trabillas de seguridad sueltas, gritó:
         —¿Quién hay ahí? ¡Policía! ¡Salgan inmediatamente!
         Pegué un respingo cuando, de verdad, las caras pálidas y asustadas de dos hombres jóvenes emergieron, subiéndose los pantalones y con los ojos como platos. Supongo que para ellos el susto fue más grande aún. Desde luego, no eran los criminales que andábamos buscando. ¿Qué hacían ahí?
         —Pero ¿qué coño hacen ahí? —preguntó mi compañero, como si me hubiera leído el pensamiento.
         —El acto sexual, señor agente —contestó uno de ellos.
         Tal vez no se le había ocurrido decir cualquier otra cosa, intimidado por dos uniformados o quizá lo de mentir no se le daba bien y no quería meterse en otro fregado más gordo.
         —¿Habéis visto alguien por aquí esta noche?
         Negaron con la cabeza.
         —No está prohibido esto, ¿no? —preguntó el otro, con un hilillo de voz.
         —No, no. Continúen, continúen...
         Los chicos se agacharon, aunque supongo que no estaban para muchas continuaciones después del susto. Lo más probable es que estuvieran recogiendo sus cosas. Yo estaba rojo, con los mofletes inflados de aguantarme. El veterano se dio cuenta al poco de lo que había sucedido y dicho.
         —Ni una palabra...
         —Nada, tranquilo...
         Al acabar la batida, de nuevo en la zona iluminada por las farolas, nos recibió el subinspector, coordinador de la zona.
         —Si no han encontrado nada, continuad con el servicio, chicos...
         —Eso —lancé, que ya no podía aguantarme más—, "continúen continúen".
         Los dos explotamos en carcajadas —aunque a mi compañero al principio le costó— y el jefe se quedó con cara de no saber qué carajo ocurría.
         Ni os cuento el cachondeo cuando se enteró el resto del turno...

         Los atracadores, al final, fueron detenidos meses después en una operación de la Brigada Provincial de Policía Judicial.

jueves, 8 de enero de 2015

La serie de #Alatriste o "podría ser peor"

Ayer vi el estreno de la problemática serie de Alatriste que se ha marcado Telecinco (con el truquillo de empezar media hora más tarde y así poder pasar los anuncios) y, al acabar, me sentí bastante satisfecho: me entretuvo de principio a fin que, como dice Pérez Reverte, es de lo que se trata.


Y me entretuvo, sobre todo, porque el guión es sólido y se mueve por caminos conocidos para los que hemos leído al académico. Los personajes están bien diseñados y hay tres que resultan muy creíbles: El propio Alatriste, Sebastián Copons y la Lebrijana. El problema ¡Ay! son el resto... ¿A quién se la ha ocurrido poner a una rusa a hacer de María de Castro?


La sensación, en general, es que es una serie pobre, que no tiene apenas recursos y por eso tienen que sustituirlo con ordenador. Da la sensación de que casi cada decorado es falso y que se ha rodado con un croma. Solo algunos exteriores parecen "reales" (aunque de cartón piedra), en los que se nota que son siempre los mismos, que apenas hay dos calles preparadas. Pero eso no la hace mala. Lo malo es lo demás, la desidia, los descuidos...


Porque, como el autor ha reconocido, no han contratado a un asesor histórico... y eso se nota. Aunque los diálogos son correctos (al menos no es Águila Roja...), el vestuario chilla por los cuatro costados, las calles, más aún, con esa limpieza impoluta de todos los personajes, por pobres que sean) y el atrezzo en general es de chiste. El carromato (porque no es una carroza) de Angélica de Alquézar da grima y parece que se vaya a desmontar en cualquier instante. No es en absoluto histórico.


Lo mismo pasa con las espadas, traídas de saldo de algún sitio y que no son españolas en el siglo en que la esgrima patria dominaba el mundo (con su "Verdadera Destreza"). Las peleas, sin embargo, son decentes. No hay que buscarle una técnica depurada, porque entonces nos vamos a desencantar, pero sí son entendibles y claras, que es más de lo que otras series históricas pueden decir.
Otro de los aciertos es la adecuada recreación de la mayoría de personajes históricos, desde el Conde Duque de Olivares a Quevedo... aunque de éste último me pregunto yo dónde se ha dejado la cojera... Y no me creo que una niña de 11 o 12 años, que no tendrá más (Angélica), manipule a su padre y a la Corona de esa manera. Pero en fin...


Luego están los escenarios: el lupanar del principio encajaría más en Juego de Tronos que en la España del XVII y, encima, se esfuerzan en no mostrar ninguno de los obvios desnudos que han puesto. O sea: ni lo uno, ni lo otro... La taberna de la Lebrijana, por su parte, parece que le sobra el dinero, porque en plena noche, con el garito cerrado, hay como 30 velas y una antorcha encendidas... ¿para qué? ¿para quién?


En resumen: podría haber sido peor porque, como he dicho al principio, por lo menos me ha entretenido.