viernes, 14 de agosto de 2015

El ministro, el ex-ministro, el postureo y la ley


       En un escandalazo sin precedentes, un ministro del Interior que tiene cierta tendencia a meter la patita cada vez que habla —o que hace algo—, se ha reunido, en la sede del Ministerio, con Rodrigo Rato, otrora prez de la economía y vicepresidente de Aznar y hoy caído en desgracia al descubrírsele varias investigaciones por seria corrupción —y eso a pesar de haberse acogido a la "amnistía fiscal" que se inventó el PP tras criticársela al PSOE—.

         Fernández Díaz ha dado explicaciones contradictorias sobre por qué demonios cometió esa torpeza, en las que afirma, como es obvio, que no ha cometido delito alguno. De hecho, reunirse incluso con el mayor de los criminales de la Historia no lo sería. Otra cosa es que sea una imagen adecuada para un gobierno agonizante que intenta legitimarse como sea para frenar la anunciada debacle de las próximas elecciones. Mi opinión personal es que no es más que otro gesto de caciquismo, como tantos otros a los que nos tiene acostumbrado un Ejecutivo tan autoritario como incapaz.
         De resultas de todo esto, el PSOE se ha apresurado a presentar una denuncia contra el ministro por "omisión del deber de perseguir delitos, prevaricación y revelación de secretos". Éste no ha tardado en contraatacar y avisa que denunciará a su vez a los socialistas por "injurias, calumnias y denuncia falsa". Ya está montado el sarao.
         El derecho, no obstante, va por otras vías y, aunque yo no soy jurista, sino un humilde policía judicial, creo saber lo suficiente para explicar por qué no va a pasar nada en uno u otro sentido. Y no, no tiene nada que ver con que el Fiscal General del Estado deba obediencia al ministro de Justicia que, fíjate tú qué cosas, es parte del mismo gobierno que el de Interior. No hace falta ni eso.
         La ley de Enjuiciamiento Criminal dice que todo aquel que conozca un delito debe denunciarlo de forma inmediata. No es necesario presentar pruebas, solo tener la sospecha de que se ha cometido. Los jueces y policías se encargarán de investigar si es cierto o no. Y bueno... indicios racionales de que la cosa no está muy clara los hay: el ministro que manda a aquellos que investigan a Rato se ha reunido con Rato. En fin. ¿Puede prosperar la denuncia? No, no puede. Las investigaciones penales son cosas de hechos, no de suposiciones... y de la reunión de dos personas en un despacho, a puerta cerrada, poco se va a poder saber. Salvo que Rato publique secretos que le haya pasado Fernández o la Guardia Civil reciba órdenes concretas de no investigarle, algo que sería ya ilegal por sí mismo.
         Del mismo modo, la contradenuncia tiene las mismas pocas posibilidades: una denuncia falsa es aquella que se pone con temerario desprecio de la verdad o a sabiendas de que lo que se dice no ha ocurrido. Es obvio que, igual que no se puede saber lo que se habló en dicha reunión, se puede suponer, dadas las posiciones de ambos —investigador e imputado—, que muy limpio no fue aunque, como he dicho, nada es demostrable.
         Las injurias tienen aún menos base. El ministro debería saber, por un lado, que solo son injurias, como en el caso anterior, las que se hacen con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad. Por otro, debería saber que los diputados son inviolables. ¿Qué quiere decir? Que pueden decir las mayores barbaridades en el ejercicio de sus funciones sin que se les pueda hacer reproche penal alguno. Es decir, son irresponsables, aunque fuera del derecho esa acepción tenga otros significados que parece que también se les podría aplicar a unos cuantos.

         Así, pues, todo esto no es más que un paripé, un postureo sin más sentido que marcar posiciones y desgastar al contrario con vistas a la cita con las urnas. Lo peor de todo es que el ministro ha puesto a trabajar a funcionarios en la contradenuncia, es decir, usar recursos públicos para dirimir un asunto tan privado como su amistad con Rato. Otra mácula más en uno de los peores políticos que ha dado este país —y mira que hay para elegir—.

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