Lo
primero que necesitas es vocación, por encima de lo demás. Si tu objetivo en la
vida no es ayudar al ciudadano a costa incluso de su desprecio, éste no es tu
trabajo. Si tienes miedo a las consecuencias —te van a denunciar con total
seguridad antes o después—, mejor búscate otra cosa. Si buscas esconderte tras
un mostrador, mejor hazte portero. Por supuesto, si tienes ínfulas de
matoncillo, haz otra cosa porque, aunque engañes al tribunal, no lo harás con
los compañeros y te verás solo. Más te vale tener nervios de acero, porque te insultarán
muchas veces. Si eso te afecta, no vales para policía.
Para
formar parte del Cuerpo has de aprobar una oposición que no es en absoluto
fácil. Aunque solo te piden
bachillerato, la mayor parte de los que se presentan tienen una carrera
universitaria y controlan, como mínimo, otro idioma. Muchos, al menos dos,
aparte del español. Tendrás que enfrentarte a ellos en un temario que abarca
temas de derecho, psicología, sociología, informática, riesgos laborales y un
largo etcétera. Si lo apruebas, tendrás que afrontar unas pruebas físicas que
incluyen flexiones, saltos, carreras y circuitos de agilidad. Tendrás que
superarlo y con nota para pasar a la siguiente prueba: baterías de test
psicotécnicos, examen de inglés, de ortografía —es importante escribir bien si
quieres ser agente de la ley— y pruebas psicológicas. Si lo pasas, tendrás un
reconocimiento médico, análisis de sangre y orina y una entrevista personal con
un miembro del tribunal.
Si
has llegado hasta ahí, no creas que ya eres un funcionario de carrera: tendrás
que pasar un año en la Escuela General de Policía en Ávila aprendiendo materias
como investigación, seguridad ciuadadana, científica, deontología, sociología,
psicología, derecho penal, procesal y administrativo, tiro, defensa personal,
informática, etc. Si consigues aprobarlo, todavía te queda otro año de
prácticas, también eliminatorio, en que actuarás como policía, siempre
acompañado de un agente veterano y tendrás que tener mucho cuidado porque si la
cagas acabarás en la calle.
Olvídate
de lo que has visto en las películas, en las españolas y también en las del
otro lado del charco. Ser policía es un trabajo. Tu trabajo. No vas a tener un
tiroteo cada semana. La mayoría de agentes, por fortuna, acaba su carrera sin
pegar un tiro fuera de la galería. Posiblemente sí que tengas persecuciones,
más a pie que en vehículo y te revuelques con detenidos por el suelo. Eso no
tiene glamour. Es sucio y peligroso. Aunque ganes y le pongas los grilletes
—que es como llamamos a las esposas— habrás sufrido y los golpes no se pasan al
final del episodio: te los llevas a casa y duelen todo el tiempo.
Por
supuesto, nada de "aquí lo tenéis, chicos, lleváoslo". El detenido es
tu responsabilidad y los papeles —las diligencias o atestado policial— que has
de hacer por cada uno te va a llevar mucho más tiempo que la intervención en
sí. No habrá un detenido que te tenga escribiendo menos de tres horas. Y al
acabar, vuelve a ponerte la gorra y sal de nuevo a patrullar.
Prepárate
a que cada actuación sea examinada hasta el mínimo detalle por los mismos que
te llamarán para que les ayudes. Ten en cuenta que cada vez que evitas una pelea,
detienes a un ladrón o ayudas a una señora que se ha caído, nadie te va a
aplaudir, pero como te veas obligado a usar la fuerza para atrapar a ese ladrón
que, además, tenía una navaja, te van a linchar virtualmente.
Tendrás
que ir preparado porque "nunca pasa nada hasta que pasa" y quizá no
te gusten las armas pero si, Dios no lo quiera, alguna vez la tienes que usar,
mejor será que estés preparado y sepas lo que tienes entre manos, porque cuando
las pistolas relucen es porque la vida está en juego. No creas, como en la
tele, que las balas van donde quieres. Con cerca de doscientas pulsaciones por
minuto, la adrenalina bombeando y los músculos agarrotados, solo podrás hacer
lo que hayas ensayado mil veces. Ni siquiera verás un cuerpo definido, sino una
mancha borrosa. Tendrás que convencer a un juez de que no le diste un limpio
disparo en la mano que tenía la escopeta porque es fisiológicamente imposible.
No
esperes cobrar una hora extra en toda tu vida de las muchas que vas a hacer. El
delincuente no entiende de turnos y cometerá su delito media hora antes de que
tengas que ir a casa. Recuerda lo de las tres horas que te he dicho más arriba.
Pasarás en vela miles de noches, no tendrás jamás un horario normal como el
resto de tus amigos, trabajarás muchos fines de semana. Cuanto crezcas y tengas
familia, ver a tus hijos podrá ser una odisea muchos días.
Tal
vez consigas estar destinado en una unidad de Policía Judicial, de los que van
de paisano. En teoría tu horario será más "normal", pero la realidad
es que la mitad de tu tiempo lo pasarás vigilando casas, almacenes o a
individuos, para saber lo que hacen y cómo se mueven... y sin que te detecten.
Tendrás que aprender a redactar muy bien, con la máxima claridad y convencer a
un juez de que lo que cuentas ocurrió tal cual.
Muchos
de tus detenidos saldrán libres tan pronto como los pongas a disposición
judicial. Debes entender que tu trabajo es pillarlos, cien o mil veces si es
necesario. Si has escrito bien, antes o después saldrá el juicio y lo mandarán
a prisión. Porque vas a acudir a muchos juicios. En ellos, abogados sin
escrúpulos te acusarán de barbaridades solo para ponerte nervioso y que su
defendido quede libre. Te intimidará la mirada seria de los magistrados, que no
están de tu parte, pero tampoco en tu contra. Deberás tener pruebas sólidas.
Tendrás
jefes buenos... pero también malos. Algunos darán todo por defender a sus
chicos. Otros te tirarán al pie de los caballos. Con todos habrás de lidiar.
También habrá algún "compañero" que nunca esté disponible cuando
pidas apoyo, pero por suerte son los menos porque si algo queda en la Policía
es compañerismo. Y ojo, que eso no incluye encubrir a algún delincuente, si los
hay. A esos nadie los quiere y suelen acabar denunciados y expulsados.
A
pesar de todo eso, cada día desde que entré en esta profesión es un orgullo y
un nuevo acicate. La sonrisa siempre presente y la satisfacción del deber
cumplido. Con cada pequeño triunfo en la memoria y cada fallo anotado para no
repetirlo.
Porque
para ser policía debes quererlo ser. Solo en ese caso, joven amigo, deberás
emprender este camino.