Desde el conato secesionista en
Cataluña, un montón de compañeros han tenido que estar de forma obligatoria en
aquella Comunidad Autónoma. Algunos de ellos, cobrando un 80% de la dieta
básica (que es una miseria para una ciudad cara de Barcelona), tienen la
libertad de buscarse hotel y restaurante por su cuenta cada día de su estancia,
que se alarga por meses.
Otros están forzados a permanecer en
un barco atracado en el puerto de Barcelona sin tener apenas más dinero de
bolsillo, dado que se supone que todas sus necesidades las cubre el catering
del ferry —que no está preparado tampoco para largas estancias, pero esa es
otra historia—. El caso es que, a ese grupo, para la cena de Nochebuena que,
por necesidades del servicio, deben pasar alejados de los suyos, les dan esto:
Los afectados y sus responsables
sindicales ponen el grito en el cielo. Están obligados a pasar fechas tan
señaladas lejos de su familia, sin opción a buscar otras opciones por su cuenta
y, encima, reciben ese trato por parte de quienes se supone que les han de
cuidar.
La queja se extiende en las redes
sociales y no tardan en aparecer contrarréplicas. Dejando a un lado a los
trolls y exaltados de costumbre, destaca la de una enfermera que protestaba
porque a ella no le dan de cenar, sino que se lleva “un sándwich”.
Supongo que es ignorancia o falta de
empatía —solo existo yo y mis problemas—. Para eso estoy yo aquí: a iluminar un
poquito las condiciones del servicio policial:
En Cataluña y en el resto de España
existen policías que trabajan a turnos. Muchos han estado trabajando en
Nochebuena y en Navidad. Esos han comido en sus casas o se han llevado una
tartera a la comisaría. En algunas instalaciones policiales de España incluso
recaudan ese día comida que luego reparten entre los más necesitados. De su
sueldo, de por sí escaso para mantener una familia. A mí también me tocó en su
día pasar alguna de esas fechas señaladas alejado de los míos, tomando denuncias
toda la Nochevieja a borrachos y víctimas de robos y agresiones. Nadie protesta
por ello.
De los desplazados, aquellos que
están en hoteles pero libres de servicio han podido elegir dónde y con quién
cenar, dentro de las limitaciones propias de la ubicación geográfica. Con sus
magras dietas habrán tenido que poner también de su bolsillo, pero así lo han
elegido. Tampoco se oyen quejas.
Los que están indignados son
aquellos que están obligados a permanecer en un ferry y no tienen otra opción
que cenar lo que les dan. No pueden salir. A esos les dan croquetas frías y
otras menudencias.
Y no es comparable al sándwich de la
enfermera ni a la tartera del bombero. El trato que se les ha dado no es digno.
Los responsables de esa cena miserable tendrán que dar explicaciones.